18 de mayo de 2018

Un breve y mortal Sueño. Novela de Antonio Mejía

Para descargar la novela: Un breve y mortal sueño_Novela_Antonio Mejía Ortiz







“Todo está ocurriendo y ya ha ocurrido y volverá a ocurrir. Todo lo que existe ha existido siempre y seguirá existiendo. La memoria es imaginaria; no es real. No se avergüencen de su necesidad de crear; es la parte más bonita de sus corazones. El mito es la verdadera historia. No dejen que les digan que no hay monstruos. No dejen que los hagan sentir idiotas porque son felices jugando con sus linternas en la oscuridad. El mundo místico depende de ustedes y de su tolerancia a lo absurdo ¡Sean fuertes, queridos míos, y crean!”

LA CANCIÓN DE LA BOLSA PARA EL MAREO

Nick Cave


1
Lo primero que recuerdo es oscuridad. Esa oscuridad ciega, encerrada, que se presenta cuando eres niño y te metes a dormir y se apagan todas las luces; cuando no queda ni el resplandor en la pantalla de la televisión y el alumbrado público está demasiado lejos como para colarse por la única ventana. Lo primero que recuerdo no es una situación y tampoco una circunstancia, es sólo la conciencia de mi mente infantil cayendo en picada hacia pensamientos que intentaban, desesperadamente, hallarle una solución a eso del olvido y la muerte con preguntas como: ¿por qué tenemos que morir? ¿Por qué las cosas no pueden quedarse como están ahora? Esa voz mía, tan desconocida como extraviada, eran rápidos murmullos atravesando las oraciones del Rosario.
Metido en esa densa oscuridad, cuando los cuerpos son apenas un trazo de sí mismos, podía sentir el humor de la existencia, su ancestral instinto genocida; podía sentir cómo, dentro de mí, se iba formando la imagen del hombre que finalmente sería: una desproporcionada y fluctuante mezcla entre un santo y un vulgar idiota. Metido hasta el fondo en esa melancolía de voluntad borrada en la memoria, en esa realidad entregada a la indiferencia, comenzaría el despropósito de hallar, a través de un anhelo, la reconciliación con la virtud de mi vida.
Y allí, en ese recuerdo, mi madre no es un cuerpo ni un rostro, no es una voz siquiera. Es el débil, pero intransigente eco de una idea: “Tú tienes que vivir. Tú vas a lograr lo que quieras”. Respiración pesada, largas exhalaciones y luego nada…
La oscuridad es persistente, la decadencia y los pulsos mortales, como la culpa, son persistentes. La imagen de una dimensión que no es tiempo ni conciencia, que no es trascendencia sino encerrada y ciega inmanencia, es persistente.

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