9 de febrero de 2011

Poesía

9

Puedo viajar sin conocerme, sin dar aviso,
vagar como hace el cuervo…
de nuevo he llegado perdido y deshecho,
sin límites sociales,
ni tiempos para la estructura,
ni conocimientos valorables.
Prefiero el recuerdo
a la necesidad del tiempo.
No puedo ver silencio donde hay silencio;
genero lugares, acabo sentimientos.
Puedes ser la flor
y en la flor
¿Puedes ver la flor?


15

Cuando empezó el sueño
no pude decir: Creo en él.
Múltiples imágenes vienen a mi mente,
los besos en que deseaba que estuvieras.
Tengo un momento para reflexionar e
imaginarme oscuro,
alejado de la tierra y el cielo.
Tengo un momento para decir que
ésta no es mi patria,
y que el suelo pisado, como tu corazón,
no me pertenecen.
Tengo un recuerdo constante del futuro.
Ni siquiera puedo imaginar
el cuerpo sin espíritu o viceversa,
porque lo encuentro encarnado
en los huesos, los músculos, la piel,
viajando con la sangre.
Las noches me duelen, esas que antes fueran
sólo noches: un cigarro y una cama.
Quiero irme, quiero aprender a leer
los versículos que desconozco,
quiero mantenerme vivo, sentir como
se despereza mi existencia,
como se acaban los vicios y regreso
a ese estado de virginidad primigenia,
necesito sentir que corre en mí
el silencio del amor ausente,
las ganas de jalar aire, comprobar
que en verdad sirve, que no es
manía aprehendida con el tiempo.
Quiero volar para saber andar por la tierra,
que las costillas se extiendan,
las alas se doblen, porque no es suficiente
un lugar al cual llegar o un destino.
Hace falta una ideología, no como tal,
una propia, que al fin será parte
de esa filosofía de la energía
que mueve el mundo, que se mueve
por debajo del mundo y espera
un momento para transformarse.
Yo quiero ser distinto,
porque éste que soy me jode.

Lupe


LUPE

Juan despierta muy temprano todas las mañanas. Lo primero que ve, es un reloj viejo comprado al abonero en aquellos tiempos en que la vecindad era algo más que un lecho de perversiones y paredes húmedas. Aunque las manecillas recorren los minutos con pesar, nunca se ha atrasado. Juan piensa que el reloj se le parece: viejo pero de buena madera. Mira el techo de su habitación que está a punto de caerse. Las figuras de las grietas le muestran las imágenes que se agitan en su imaginación. Se talla los ojos y pasa las manos por su rostro grasiento como si limpiara su mente. Luego de levantarse abre una pequeña ventana por donde puede observar el patio de la vecindad, rodeado de antiguas piezas casi derruidas, habitadas por  familias que viven bajo amenaza de ser lanzados. La portera les dice que deberían organizarse pues no tardan en lanzarlos, pero Juan sabe que es mentira, en ese rincón de la ciudad hasta el destino los ha olvidado.
Mira a los niños sucios y hambrientos jugando en los charcos de agua que caen de los lavaderos. Allí se encuentra Lupe colgando varias sábanas percudidas en los tendederos comunitarios. Hace varios años que abandonó la escuela, dice su mamá que le hacen burlan. Juan le observa detenidamente la cintura.
-Ya está en la pubertad. Siempre ha tenido sus nalguitas, bonitas, chiquitas- piensa Juan mientras se rasura frente a un pedazo de espejo-antes venía a sentarse en mis piernas, cuando vendía gelatinas-. Se moja la cara con agua del lavabo, se viste, toma su bote de gelatinas y sale hacia las escaleras. Cierra con un candado, pues el cerrojo hace varios años que no funciona, baja hacia el patio y pasa por los lavaderos para encontrarse a Lupe.
-Al rato vas a mi casa por gelatinas, cuando regrese-. Le dice, deslizando su mano a través de su breve cintura hasta sus nalgas.  Lupe sonríe con una ridícula coquetería aprendida en las telenovelas que ve todas las tardes y aprieta sutilmente el brazo de Juan, con una tierna verdad que lo estremece.
-Ándale ya vete, no te vaya a regañar tu mamá- dice Juan y Lupe con la mirada al suelo se acerca a él para regalarle un beso fugaz en los labios. Luego se marcha apresuradamente con el rostro coloreado por la vergüenza propia de un violento deseo prohibido, un deseo incontenible. Juan sonríe, levanta su bote y camina hacia el lugar donde todas las mañanas, desde hace veinte años vende sus gelatina. Sin embargo, algo en el rostro de las personas o en la geometría de las calles, le revelaba el presentimiento de que su vida se hallaba en el límite de una circunstancia que había esperado con paciente ansiedad.
Horas más tarde, sentado en la miserable cantina de costumbre, mientras se bebía un tercer “chingadazo” de mezcal, vio en la humedad de las paredes, el largo e inquieto cabello de Lupe sobre la almohada y una imagen vívida se apoderó de sus pensamientos: la desnudez de ese cuerpo casi adolescente, moreno y quemado por el sol, agitándose entre las sábanas de su cama. En su fantasía, saboreaba con cada trago, la sal en los pezones, el dibujo de los muslos tensos y el vaho de cada gemido corto; el sopor en esa piel joven: los sudores mezclados con los aromas agrios. Imaginó su miembro hinchado entrando en el aceitoso calor de Lupe, abriendo, resquebrajado su casta voluntad de amar. Lo veía todo claramente y no quería hacerlo pero no lograba hilar una idea diferente. Se limpió la grasa del rostro y sólo la brusca palmada en la espalda de un viejo amigo pudo sacarlo del trance. Luego de saludarse, bebieron un rato  juntos.
-Oye, qué te pasa, estás transparente-
-Nada, nada, es que tengo un negocito y ya tengo que irme-. Juan sonrió ladino.
-¿Ah sí, y cuántos años tiene tú negocito?- Pregunta el amigo de la misma manera
-Ya está en edad, ya está en edad-.
-Te pueden chingar-. Dice advirtiendo.
-No, está bien-. Contesta Juan, más relajado.
-Pues échate otra para las fuerzas y suerte-. Dice con lujuria el amigo. Se toman una más y Juan sale apresurado.
Cuando llega a la vecindad, el alumbrado público se ha prendido totalmente. Mira el reloj, no es tan tarde. Entra hasta el fondo. Donde se encuentra su casa está totalmente a oscuras, de nuevo se ha fundido el foco. Se acerca a las escaleras y mira un bulto en medio del paso que lo alerta. Pronto se da cuenta que es Lupe, soñando sobre sus rodillas. Juan se agacha mirando detenidamente su rostro.
-Pero mírate esa cara, si eres toda una mujercita-. Dice pensando en voz alta, Lupe abre los ojos y lo mira sonriendo e intentando despertar por completo. Toma su mano y los dos entran a la pesada soledad de la habitación, donde el íntimo silencio sólo es interrumpido por el débil ruido de las manecillas del reloj y el humor de ambos comienza a generar el  espacio. Juan intenta encender la luz.
-No, mejor así- dice Lupe haciendo nudos con su vestido. Juan deja el bote en una esquina, limpia el sudor de su frente y se sienta sobre la cama.
-¿Sabes lo que vamos a hacer, verdad?-. Pregunta Juan.
-Sí-. Contesta Lupe y da un paso al frente
-¿No tienes miedo?-.
Lupe contesta que no con la cabeza mientras Juan se toca el pecho que le arde y siente su respiración cada vez más agitada. Cierra los ojos y le pide que se acerque. Lupe se sienta en las piernas de Juan que se quita la camisa, mete su mano por debajo de la falda y le quita los calzones de encaje barato que Lupe ha robado de la ropa de su madre. Siente el vello púbico y el sudor cálido. Arrastra la mano de Lupe que tiembla y la mete por debajo de su pantalón. Lupe suspira velozmente, cierra los ojos y aprieta con fuerza. Juan le quita el vestido hecho por su madre y se recuestan. La espalda de Lupe está fría, tiembla.
-No te preocupes, sólo te va a doler poquito-. Dice Juan y por un instante siente una tercera mirada que lo perturba, pero el cuerpo de Lupe que se balancea lo aparta de éste pensamiento. Siente cómo toda su hombría se cimbra al penetrar a Lupe que suelta un quejido largo y luego un suspiro hondo…
Con ojos acostumbrados a la oscuridad y los labios de Lupe pegados a su cuello, Juan mira el reloj a través del humo del cigarro y las ambiguas formas de las grietas en la pared.
-Ya es tarde, qué le voy a decir a mí mamá-. Comentó Lupe con preocupación fingida.
-Nada, vas a ver cómo le da gusto-. Sin alterarse.
-¿Entonces crees que sí parezco mujer?- Dice de manera cursi.
-Sí, yo creo que sí-. Decidido
Lupe, con sonrisa pícara, se descubre para mostrarle a Juan su sexo en plena erección y éste comprende que desde entonces y para siempre, los días no volverán a ser iguales.

5

I
Busco entre mis cielos
la forma de nombrarte
y sólo encuentro una historia
que ha terminado
aunque no fue contada
por tu boca
a causa de mis “luegos”
en el ensueño de mis labios.


II
¿Qué quiero decir?,
No hay calma en los días,
con el paso del tiempo mi discurso
se ha vuelto predecible,
como las palabras que no serán dichas.
Esto era un sueño llamado esperanza:
lo más cruel y
doloroso que contigo me ha pasado.
Qué tienen mis horas, qué tienes tú en mis horas,
que las vueles muertas e intraspasables.
¡Has contaminado mi existencia!
Vendrás mortal y efímera como los recuerdos,
Sabrás que no te olvido, que pienso en ti,
que aún te sueño, que aún, sin embargo me dueles,
De tu voz perdida se ha hecho la mía,
resultas inalcanzable hasta para ti misma;
eres el radio de este circulo complejo, radio infinito
que en el caos busca su coherencia;
serás de otros
como nunca de mis versos,
tu cuerpo, tus labios,
como a veces de quien no te quiso;
se disipa el color y las cosas
al tiempo que tu de mi mirada,
habla triste el silencio y
languidece mi voz al escribirlo
Ya no te quiero, en verdad, nada de lo que te he querido
Pero al decir esto que es lo último,
estoy triste porque es cierto.

Poema uno

1

No logro acostumbrar mis manos
a la condición particular del silencio comprimido
que existe entre los dedos.
Me doy cuenta de que me faltas.
Todo este tiempo, te imaginé ahí,
al terminar la fiesta, el ruido, la inercia del jubilo,
y pasada la medianoche
regreso a casa, acabo los caminos,
recorro las calles, olvido a las personas,
miro perros asegurar deseo ¡No me siento bien!,
y pareciera que no vengo de ningún lado, que todo
el tiempo transcurrido, no hubiera pasado en serio;
las personas se hacen lejanas,
inalcanzables, difíciles de salvar las miradas,
suspendidas en un líquido luminoso
que avanza por las sutiles tramas de la estructura,
pero no las toca; como si una capa impermeable
hiciera difícil el acercamiento.
Después de la fiesta hay una calma de desfogue,
una calma que recuerda la tensión del músculo,
un hacer sin hacer nada, como dicen que
sucede en los pueblos, en los lugares que no son ciudad,
porque no se les ha permitido;
es como un transcurrir de las cosas en silencio hueco,
lento casi ausente, es la ciudad recorriéndose
por una ventanilla de automóvil, una ventana de alma.
La personas pasan y la parsimonia como la ausencia de los cuerpos,
el lugar inexacto, distante y oculto donde queda el espíritu
luego del ritual del cuerpo, es un alejamiento,
un ser ajeno a todo que se interioriza,
un territorio que sin ser recuerdo hace brotar lugares y personas
que han pasado en personas y lugares,
y no han sucedido del todo.
Transcurrir en el estribo de la vida, en las noches
que se han perdido en zonas desconocidas,
recorrer en tren una ciudad que se siente perdida
pero extrañamente propia.
Es ver la muerte de la sucesión del tiempo
porque las horas no quieren ser lo que se les indica,
es como estar espantado y sonriente y perdido, envuelto
y luego estirar el rostro, volver al sitio de la partida,
saber que él, ya no es él mismo.
Los límites astrológicos se dispersan,
las referencias de espacio se pierden, todos los días son un sábado,
un recuerdo permitido y aceptado, un estar constantemente
abatido por el frió en las manos, por el hierro helado de las mejillas al sereno,
es caminar devuelta a la puerta del resguardo,
y mirar un mundo vuelto loco ofreciéndose,
donde no existe un orificio para fugarse del desenfreno:
los colores y el deber de estar animosos,
las bandadas de hierba, una gran planta, un germen,
la formula de vida que se nos ofrece.
Se piensa que el mundo está vuelto o envuelto o enconchado,
la periferia en silencio, los locales cerrados, una tarde jueves,
un jueves santo. Afuera, el resplandor de las ventanas,
aparece la sensación de calidez,
como para alegrarse de su existencia. Las luces de navidad hacen
nostálgico el entorno. Un terreno que capta los demás lugares,
llamado recuerdología o recuerdológico.
Es un recuerdo que no se puede formar completo,
pero está presente, enriqueciéndose de las fachadas que se
logran observar mientras se avanza, se avanza, se…
Los automóviles espaciados con una lentitud intranquila,
el olor de otra casa, otros procesos, detenido
justo antes de los ojos, se respira,
la remembranza:
los mismo días en las mismas fechas pero de otros años.
Todo el tiempo invertido para ir,
para no ir;
la gente vendiendo momentos antes del festejo
a la gente desesperada en encontrar algo
porque ya se han arreglado, tomaron del guardarropa
la mejor disposición y aceptaron cambiar la soledad íntima
por una idea de esperanza; no pueden quedarse en la raya,
como anteriormente, como siempre, como lo habían pensado un instante
antes de salir enfrentando a las parejas y las familias, todos los
que no están solos, aunque no estén acompañados.
Ese querer indagar por las calles donde se cree que nada pasa,
para saber si pasa algo mínimo o pequeño,
los detalles que se escapan a la mirada lenta y trabajosa,
la ansiedad, el dolor, las irremediables lágrimas
que no germinan. Buscar en medio de las risas,
de los niños, alegres por la festividad y los juegos,
la delicadeza de una mano con identidad y mundo compartido,
y encontrar humo, cigarro, una forma de alterar el estado
y la conciencia de la soledad en el cubo, no más que una forma
distinta de distraer al mundo y sus consecuencias.
Volver al paso, al dolor de estos labios
suicidas y su desesperación de coraje,
que el mundo cerrado en su particular caos
no entiende. Soy un naufrago
de las calles en los días de fiesta y jubilo.
No hay más forma de salir, sólo esa que la mente
proporciona, y no es suficiente.
Mi mano necesita unos labios y
mis labios una mujer. Me duelen los días,
los festejos, lo perdido
las veces que se han marchado.
Me falta una mano y un lugar de vicio, una dirección desconocida,
esperar una llamada,
la hora para hacer una llamada,
un lugar certero, cierto e indestructible,
estos días en que necesito ocultarme,
desaparecer, no dejarme percibir,
hasta que pase
y pueda volver a lo que se nombra: verdadero

UN BREVE Y MORTAL SUEÑO

Novelas para el fin del mundo UN BREVE Y MORTAL SUEÑO (Antonio Mejía Ortiz, México 2019), nos conduce a un viaje a través del alma y la men...