17 de abril de 2011

De la novela: Un breve y mortal sueño

Pensar en ti, creer en ti, saber de ti y saber que existes más allá del entendimiento de tu existencia, y que así he podido levantarme de esta muerte enamorada de sí. De toda esa esterilidad del sentimiento y la descomposición de abismos en la mirada. Ser de ti, ser en ti, abandonarme en la distancia de ti, en el rumor de que, en algún “tal vez”, me viste buscar, encontrar, hallarte, esperar, encontrar, presentirlo, mirarte y sorprenderme en tu aparición inesperada, en tu desaparición inalcanzable. Sola, acompañada, en los pasillos, en las aulas, en el tiempo, en la espera, las horas y los días, sentada frente a mí, tan quieta y lejana, como inaudita, ahíta, riendo, sonriendo, seria, apresurada; y yo de todas las formas posibles en las que un hombre puede ver a una mujer, pero sobre todo pasmado, ignorado, expuesto, hecho un manojo de confusión entre tus sonrisas tiernas. Y tú eres una mujer tan mujer y tan real, limpia de vulgaridades. Te miro y encuentro en ti el secreto de las cosas y aquella iluminación que necesita la vida para renacer cada día, el aroma del silencio, la claridad entre las sombras que persiguen al mundo. Soñar contigo, andar contigo repartida entre mi razón y mis latidos y el ritmo de tus pasos, cerca de mí, lejos de mí, ausente, presente en la distancia, solitarios, inaccesibles y escritos en el cuerpo de los atardeceres y las lluvias, en la melancolía de los días y los soles, en el alma de las cosas hechas a semejanza de tu alma tan lejana de frivolidades. Concebirte en el silencio donde crece tu belleza, en el silencio donde mi voluntad se ha entregado a tu serenidad que no apresura consecuencias. Y puede ser que algún día, antes de encontrarnos por fin, definitivamente, me viste, en algún rincón, acariciando la eternidad marcada con el paso de tu figura, a la sombra de un anhelo que he escogido, que deseo y que fuera tu nombre y la figura de tus labios y tu piel igual que tu cabello y también tu mirada, con tus ojos que me reconocen y que me olvidan, me desconocen y quizá me habrán pensado un instante. Y yo soy todos los hombres que he sido, como todos ellos te miraron y enamorados e incrédulos, creyeron en que la duda se estaba resolviendo. Un amor y un beso, hechos del tiempo en que nos buscamos y creía que te pensaba y te sentía, pero aquí dentro, era demasiado tarde porque ya te encontrabas expandida, creciendo y me preguntaba, cuándo, cómo, en qué lugar del misterio de las horas te conocería, te podría ver claramente, para tomarte, en realidad tomarte sin que te deshicieras en signos y conceptos como las cosas, y sólo para quitarme esta urgencia de ser de ti, de ser en ti, abandonado, contrito, en tus manos, en tu palabra, tu fuego en que me consumo, con estas pupilas necesitadas de tu cintura y estos pies que buscan el camino por donde has pasado para llegar a ti; porque siempre me he sentido muy demorado contigo, muy dentro de esta eternidad fastidiosamente callada, tan improbable y desgarradora. Creces dentro de mí, te expandes en mí, me habitas, tan honda como la duda, como el espacio secreto e insondable de tu corazón, tan honda como la herida de tu ausencia, tan honda como esa antigua más que necesidad de conocerte, tan honda como tu perverso deseo ominoso.

Tomado de la novela: Un brreve y mortal sueño
Por Antonio Mejía

UN BREVE Y MORTAL SUEÑO

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