Me sublevo ante la forma, al margen del tiempo;
mi atemporal figura es blanca y soberbia.
La vocal de mis ojos es verde lo mismo que mi belleza:
espigada tinta impregnada en la sombra,
que dibujó mi retina con un dulce sabor corrosivo.
En la ciudad de mi piel, tus labios son un vórtice
donde las presas van en desbandada por mi
lengua vagabunda.
Me acerco al abismo con sádica terquedad
y voy a la caída con tierno rencor burgués.