23 de octubre de 2015

LOS CONEJOS NO SON MASCOTAS PARA PRINCIPIANTES

Por Antonio Mejía Ortiz

Luego de una corta residencia artística, la hermosa y joven Gina decidió mudarse de fijo a un departamento arriba del Ciné Phil Café sobre la avenida Georges Gosnat en París. Hizo todo tipo de trámites legales para llevarse con extrema precaución a su mascota, una adorable conejita de nombre muy pretensiosos que había adoptado, junto con su actual pareja, cuando consideraron que la relación se había formalizado y los cachorros ya no representaban todo el inmenso amor que se tenían. Como era de esperarse, el joven novio, quien también tenía un nombre pretensioso, no tardó en mudarse con ella para que así, juntos, compartieran una vida de romance, arte y largas caminatas por el Cormailles State Park que terminarían en Café de la Mairie con conversaciones acerca de los contraculturales y particularísimos puntos de vista que él tenía sobre las cosas y, para terminar, ocasionales visitas a la Pharmacie Centrale SALAMON. Serían días propicios y buenos. Sería magnífico. Por supuesto eran muy jóvenes.

Algunos meses más tarde, pensaron que era tiempo de extender la familia y la adorable conejita tuvo crías de las cuales sobrevivieron dos; y esto, a la todavía hermosa y joven Gina, le hizo sentir que estaba frente a un augurio o una determinación del destino, pero no supo o no quiso darse el tiempo de pensarlo y la vida, imperturbable como es, siguió de largo frente a los presentimientos femeninos.

Las mujeres decididas son como la vida: siempre se abren paso, siempre encuentran un horizonte distinto y más amplio que espera ser habitado por ellas; a  Gina le sucedió que en el ambiente artístico parisiense conocería a otros chicos y muchas personas con nombres todavía más pretensiosos, pero con un mejor sustento. El joven novio, que no dejaría de ser hombre, comprendió que le quedaban tres opciones: retirarse, adaptarse o violentarse para contenerla; y como lo haría un mexicano, optó por lo menos determinante. Una noche, borracho de celos, espero a Gina para demostrarle que no estaba contento con esa nueva forma de relacionarse con todos esos imbéciles autodenominados artistas de la deconstrucción extendida y destrozó el apartamento, luego lanzó por la ventana a las crías de su adorable conejita y terminó la escena abofeteándola. Ella, con todo su digno desprecio, lo dejó hacer hasta que quedó exhausto y recibió la bofetada como sólo una artista femenina emancipada podría hacerlo; fue hacia la habitación, recogió la maleta que ya estaba preparada, metió a la conejita en su jaula junto con un poco de comida para el camino y se largó, no sin antes echar una mirada de soslayo que sacudió el edificio hasta sus cimientos.

Afuera, las personas del Ciné Phil Café se habían reunido bajo la ventana donde las crías seguían desconcertadas en la acera, alguno estaba por marcar a la policía cuando vieron salir a Gina y desaparecer en un auto que la esperaba sobre la Avenida. Todos comprendieron que se había acabado, guardaron sus teléfonos y siguieron en sus charlas y sus expressos. Sin embargo, Tristan se había quedado de pie observando la ventana rota del departamento con las crías a sus pies, una de las cuales comenzaba a sangrar profusamente; y se preguntaba cuál era la mecánica del accidente detrás de este vacío gesto de apasionamiento. Enseguida se sacó la gabardina y con extremo cuidado colocó allí a las crías para llevarlas con un veterinario. Después de una extenuante operación y conseguir dinero prestado para pagar los honorarios del médico, se llevó a los dos conejitos a su casa.

Tristan vivía en una pieza donde apenas entraba una gran mesa de madera repleta de libros, dibujos, notas y textos alrededor de una vieja computadora, además de una lámpara; en las paredes se amontonaban copias de litografías, fotografías y notas escritas a mano. Él dormía debajo de la mesa y allí colocó también a las crías. De vez en vez, cuando se fatigaba de escribir interminables series de notas para las revistas de los institutos locales, en las que describía las virtudes de su labor académica, deportiva o lo que fuera, se recargaba sobre su silla y echaba un vistazo a Uro y Koda, como los había nombrado, quienes habían crecido rápidamente y saltaban de aquí para allá sobre sus pies, ignorantes de su suerte. Tristan encendía una colilla, fumaba un par de veces y volvía a apagar el cigarro, preguntándose acerca de la secuencia de eventos que había despertado su decisión tomada tan sin reservas.

Alguna tarde, la que usted quiera, Tristan paseaba con Uro y Koda por el Sena, cerca del Pont Nelson Mandela, cuando una anciana de ojos desencajados se encaminó hacia él y lo tomó fuertemente del brazo; la única referencia para esa imagen, que lo había tomado con la guardia baja, la pudo encontrar en los cuadros de Goya o Francis Bacon. La densidad de ese silencio que olía nafta le resultó insoportable.

Tristan no creía particularmente en mundos metafísicos a excepción de que estuvieran insertos en la literatura y, con todo, sintió un calosfrío que le recorrió desde la frente hasta el principio de la espalda. Una mujer blanca, cerca de los treinta años, se acercó para disculparse:
-¡Ginita! Disculpa a mi abuela, tiene demencia senil y a veces se comporta raro-
-No te preocupes, no hay problema-
Tristan se sonrió ante la innecesaria explicación y las dos mujeres se alejaron, mientras él se preguntaba de qué manera esto podría formar parte de un destino y cómo un destino podía ser dado o tomado. Se fue a casa y lo meditó escuchando el mecanismo del reloj avanzar durante trescientos segundos.

La vida siguió su rumbo, indiferente a la esperanza o el desconsuelo, en tanto la suerte de Tristan comenzó a oscurecerse. Sentado en el parque, alimentado a sus dos conejos con la mitad de su almuerzo, vio escapar a Koda de sus manos, éste corrió hacia la avenida y casi fue arrollado por una bicicleta que venía abstraída en pensamientos ambientalistas. Koda se lastimó una pata y esa misma tarde Tristan encontró a un viejo amigo que llevaba días buscándolo para ofrecerle un trabajo en un periódico serio; la vacante se había ocupado, pero intercambiaron información y quedaron de llamarse la siguiente semana para acordar una cita, quizá en algún lugar podía acomodarlo. La llamada nunca se realizó y el número dejó de existir. Desesperado como estaba, Tristan se fue al periódico para buscar a su conocido, donde le informaron que había sido enviado a cubrir los conflictos en medio oriente y no iba a volver sino en cuatro meses. De regresó a casa, y conforme los días se sucedían, comprendió que si esperaba algo más de la vida debía entregar a Uro y Koda al despiadado final del cual los había emancipado, pero no tenía el corazón necesario para hacerlo; y él, que no pensaba particularmente en términos esotéricos, que no poseía mucho y que nunca tuvo demasiado qué perder desde un punto de vista mundano, para los primeros días de mayo lo había perdido todo, excepto a sí mismo.

Una noche, la que usted quiera, le fue arrancada su camisa por un comensal del Green Garden al que le había robado un par de zanahorias del platillo; Tristan corrió desde Rue Nationale hasta la estación Olympiades del metro, donde entró al vagón con su mochila al hombro y sus dos conejos. En la siguiente estación subió una desgastada Gina que había vuelto a los cachorros, fatigada de los hombres de mundo pensaba seriamente en regresar a la Ciudad de México; se quitó los lentes oscuros para observar cómo un tipo agitado y desnudo del torso sacaba dos zanahorias de su bolsillo, repartiendo la primera entre el conejo que tenía en sus piernas y el otro que, muy quieto, permanecía en el asiento de al lado; Tristan comía la segunda zanahoria masticando, sin fuerzas, detrás de un llanto discreto.

Gina, que adoraba el aspecto esotérico de la realidad, se dijo a sí misma que esto debía ser un mensaje del destino y que, por lo mismo, su próxima obra de arte debía tener conejos y retomar la patafísica y suceder en una estación del metro parisiense. Se puso de nuevo los lentes oscuros y bajo pensando en un título como “El juego de los conejos a la media noche” o simplemente “Caniculus”, que es su nombre científico y ella lo sabía porque alguna vez había adoptado una adorable conejita de nombre ostentoso.

1 de mayo de 2015

DISOLUCIONES (Novela por entregas)

CAPÍTULO 9:  BITÁCORA: HACIA TENNESSE (Borrador archivo Diego Henestrosa. Investigador Privado)


Salimos del conjunto habitacional y bajamos por la avenida. Gatsby pone la radio y no se molesta en cambiar de estación cuando escucha la voz de un locutor que habla como si le pagaran por palabra dicha. El silencio en esa parte de la Ciudad era oscuro y denso. A la derecha podíamos ver un lago tintineante hecho de alumbrado público, luces amarillas y rojas de automóviles que iban o regresaban hacia cualquier lado y luces de la zona de bares, restaurantes y antros. Más allá, los negros cerros que han custodiado este valle de lágrimas desde siempre, siguen firmes; y al decir esa frase recuerdo mis clases de catecismo, porque para mí la palabra “valle” tiene un complemento ineludible.


El silencio hecho de la monotonía del locutor se comenzaba a hacer incómodo de tan natural que se sentía, así que me obligué a sacar un tema de conversación.
-Mira, todo por aquí se ve como en esas malas películas de terror, ¿no crees?-
-Sí, un poco, pero en ese caso nosotros seríamos los fantasmas, los lobos, los psicópatas- Me dice como si de ante mano hubiera estudiado la respuesta para comentarios de este tipo, voltea a ver la mancha de luz sobre la Ciudad mientras saca un cigarrillo y todo está tan perfectamente atemperado que me siento engañado, como si todo formara parte de un guión de cine que sólo yo ignoro y eso me fastidia porque soy de los que tienen la respuesta, el comentario, la actitud perfecta sólo cuando ya ha pasado el momento adecuado. Entonces nos vamos en silencio, me digo; y únicamente para enfadarme comienza a sonar The passanger con Iggy pop y únicamente para enfadarme, como si hubiera leído mi pensamiento, Gatsby me voltea a ver de reojo, lentamente, con un esbozo de sonrisa que me hace estallar el pensamiento, concéntrate Diego, visualiza lo que va a pasar a continuación porque tú sabes que ha llegado el momento de meter las manos al lodo, me digo. Y así nos adentramos al bullicio hacia las imposibles calles de la Zona Rosa.

Antes de entrar en el estacionamiento, Gatsby me pide unos minutos para deshacerse del maquillaje y cambiarse de atuendo, te vas a quitar toda la producción le comento jocosamente y ella sonríe, la producción… no el contenido, me responde. Cuando sale ha rejuvenecido por lo menos diez
años y entonces sí se van a la mierda todas esas frágiles aspiraciones románticas ocultas detrás de mi seca personalidad. Al entrar el chico del valet parking mira mi auto con cierto desaire que me pesa aunque no me guste admitirlo Borrar luego Caminamos por las calles, ni siquiera me molesto en saber de lugares o de personas, de cualquier forma me siento como si viniera de otro planeta y casi todos allí son idiotas, los veo con esa actitud de quien está demasiado consciente de que el momento que vive es “único, especial e irrepetible” aunque cada semana hagan exactamente lo mismo, de la misma manera, claro, eso pasa cuando no te encargas de los datos duros de tu vida. Ingresamos al lugar y no que tenga qué ver exactamente, pero algo me recuerda que eso de lo “naco es chido” me ha parecido detestable desde siempre, es como decir que la miseria es chida, porque lo naco es consecuencia de la miseria y no viceversa, pero todos estos niños no vivieron esa época, ahora les pareces algo exótico y contracultural cuando en ese momento únicamente se trataba de superviviencia; y este lugar está lleno de motivos y frases por el estilo, unas más esnob que otras, pero me suena a que nadie entiende aquí el sentido sarcástico de la frase “la ignorancia es una dicha”. 


Nos dirigimos a la barra, en el camino Gatsby encuentra a varios conocidos que solo de ver mi pinta y luego de rápidos saludos con las cejas me anulan impunemente de la conversación, pero me parece bien, sólo uno me tiende la mano y me cae como patada de mula sin embargo cuando pienso que debería saludarle sólo con un movimiento de cabeza ya le he tendido también la mano pendejo!!. Aprovecho los miles de abrazos y besos y rápidas noticias sobre sus recientes viajes, descubrimientos espirituales, artísticos y etno-turísticos, para irme a la barra. 

El barman luego de una rara mezcla digna de los juegos de química Mi alegría, de darle tres piruetas a un trago y deslizarlo por la madera me dice algo pero con tanto ruido lo logro oírlo, toda esa situación me recordó un documental de Ñús que había visto la semana pasada en televisión, donde los animales tratan desesperadamente de cruzar el río lleno de cocodrilos, como si el torpe desbocamiento fuera indispensable para divertirse más, cono si “diversión” tuviera superlativo, como si todos por allí estuvieran aterrados de divertirse menos que el otro. El barman me vuelve a preguntar y ahora sí le escucho, me dice que qué voy a pedir y casi le grito que una copa de whiskey, porque el raro tono grave de mi voz hace que generalmente se pierda, él se me queda viendo como estúpido y creo haber actuado por reflejo porque parece que también puse cara de estúpido y así nos miramos unos segundos esperando que alguien diga algo hasta que él hace un gesto de “yo no entenderte anciano”, sí, una copa de whiskey, en un vaso, le digo y le hago la seña con las manos, o sea cómo, ¿en las rocas?, me pregunta, como si hubiera otra forma de tomarlo, como si no supiera que cuando alguien quiere un whiskey solo, lo pide así: solo; como si no supiera que cuando alguien quiere diluir un trago con alguna tontería como hacen los universitarios, lo pide así. Le respondo que
que obviamente en las rocas. El tipo da un medio giro artístico, lanza la botella, al aire y la agarra por el cuello, luego toma el vaso, lo gira tres veces sobre su eje y antes de que se detenga cae el hielo que ha lanzado con la otra mano, y yo miro hacia todos lados tratando de encontrar a la persona que quiere impresionar, finalmente lo empuja hacia mí con sus dedos índice y medio y antes de que se recargue orgulloso sobre la barra y antes de que el otro barman me cobre, me bebo el trago hasta el fondo y deslizo el vaso hacia ellos también con mis dedos, quiero decir, con mi dedo medio, pero esta vez sin tantas rocas le grito. El segundo barman me dice con mala actitud que son cerca de cien pesos y me extiende la mano; pienso que con cuatro tragos me puedo comprar dos botellas de VAT 69 y que qué jodida manía de estarte cobrando cada trago sobre la barra, pero así es todo de impersonal ahora. Él barman me mira falsamente molesto y de inmediato sonríe tirándome barrio, se deshace de la mano que me cobra y esta vez me sirve uno doble sin florituras, haciéndome la seña de que van por la casa; le agradezco con una sonrisa de camaradería justo para la llegada de Gatsby que se disculpa por no presentarme, no te preocupes mientras menos idiotas conozca mejor y un poco se ofende, cómo sabes que son idiotas si no los conoces, luego te digo porque aquí voy a acabarme la garganta, lo deja pasar y me cuenta que encontró a unas chicas y le dijeron que habían visto a Tennesse por allí bailando montada sobre tres tipos, que nos demos una vuelta para buscarla y nos demos prisa porque sólo baila así cuando está bastante borracha. Tomo el vaso, me despido de mi más reciente amigo y caminamos a empujones mientras pienso que nos la pasamos toda la semana a empujones en el transporte público para ganar dinero y venir a gastarlo entre empujones a estos lugares.


En serio, ustedes dónde tienen los filtros, mira, uno de los idiotas ya consiguió pareja, le digo a Gatsby que voltea hacia la entrada y abre tanto los ojos que parece van a salirse ¡Es Tennesse, es ella! Me grita al
oído. No creo, esa es una niña y no se ve como una puta (aunque seguro lo sea), le respondo desde mis prejuicios ¡Es ella, pero no trae "producción" como dices, vamos! Me bebo el trago de una y nos abrimos paso esta vez a empujones violentos, entre mentadas de madre y amenazas. Para cuando salimos han desaparecido entre el mundo de gente que camina y como todos se ven igualitos no podemos ubicarla ¡Allá, en la esquina! Si no dónde, pienso pero considero que es mal momento para un chiste de mal gusto, anda, alcánzalos yo no puedo correr con estos tacones y le miro los tacones, muy bonitos le comento, le dejo el vaso y echo a correr para alcanzarlos pero unos metros adelante empiezo a sofocarme, siento los pulmones como dentro de frascos de Gerber, se me seca la boca y se me forma un pantano en la garganta, comienzo a sentir destemplado el pecho, sé que viene esa tos de fumador y que no puedo más. Alcanzo a duras penas la esquina, la veo subirse en uno de esos horribles Mazda que la mercadotecnia le vende a los chicos “reventados”. Tennes…,! intento gritarle pero las flemas y la tos me ahogan. Ellos parecen irse, luego se detienen, dan la vuelta y se dirigen justo hacia mí que no puedo ya ni sostenerme en pie, trato de hacerles señas con la mano y aunque uno me ve, ya tiene a Tennesse sobre las piernas y no va a saltarla por lo menos esta noche. Pasan de largo en tanto se acerca Gatsby con esa graciosa forma de correr que tienen las chicas con tacones altos, cuando escucho el intenso ritmo de unos botines de hombre; intempestivamente pasa corriendo junto a mí como, alma que lleva el diablo, un tipo de gabardina negra, que casi les da alcance en el siguiente semáforo ¡Es mi hombre!, pienso conforme tomo asiento en la banqueta. A su lado se detiene un chevy gris, el tipo de la gabardina sube y se pierden en franca persecución.


-Qué pasó, qué fue todo eso- pregunta Gatsby. Trato de responder mientras recupero el aliento.
-Pasa que llevo treinta años fumando, que Tennesse se fue con tu amigo el único de los idiotas que me saludó de mano y que ese de la gabardina que iba hecho la chilla es nuestro hombre misterioso, pero no te preocupes, yo creo que tú sabes a dónde podrían ir-
-Cómo podría saber, cada cinco minutos cambian los lugares de moda-
-sí, pero la monotonía es un bien común, aunque todos ustedes creen que lo que hacen único, auténtico e irrepetible, estoy bastante seguro que conoces la ruta, ¿qué harías si estuvieras con Tennesse?-
Gatsby lo piensa un momento.
-iríamos a una mezcalería, a una pulquería o a uno de esos sucios bares a…-
-a vivir una experiencia, etno-turística ¿no?-
-algo así-
-y ella está bastante borracha, así que por una parte van a un lugar conocido y por otra parte, cerca de la casa de estos güeyes, para que la transición de la mesa del lugar a la cama de alguno de ellos sea rápida. Pues vamos por el carro y los alcanzamos allá, tú me indicas por dónde-
Gatsby me ayuda a levantarme, saco un cigarrillo y lo enciendo, ¡vas a fumar!, dice entre sorprendida y regañona. No creo que vayamos a correr más esta noche, respondo. Ella parece realmente preocupada aunque no atino a saber por qué exactamente. El fuego aparece y vamos dejando rastros de humo hasta el estacionamiento.
Subimos al auto y para estar ad hoc con la actitud del valet parking no le dejo ni un centavo de propina. Salimos a la calle.
-Porque crees que mis conocidos son idiotas si nos los conoces-
-No me hace falta conocerlos, pero el cuento es muy largo-
-En algo hay que entretenernos mientras llegamos o tienes una mejor idea- Me congelo de inmediato y siento que necesitaría otro whiskey doble para ponerme impertinente, así que me suelto a hablar porque es lo que hago cuando estoy nervioso o aburrido. 


 -Pues mira, son idiotas porque todos están desesperados por demostrar que valen algo, que son importantes para la vida, que son distintos a la gran mayoría de mediocres que vivimos vidas aburridas y no tenemos “pensamientos profundos”. Son del tipo que van a relacionarse con los miserables como van los turistas a los pueblos indígenas y esa condescendencia no´más no la soporto, es como si nos quitaran el único resto de dignidad, precaria y de la chingada, pero nuestra; y tampoco creo que sea la mejor forma vivir pero es peor considerarla un souvenir, sobre todo porque les importa una chingada el estado de las cosas, van con esa pinta de libre-pensadores que tienen una conciencia elevada pero nada más para hacerse los interesantes, para meterse a las chicas tontas a la cama, para quedarse con los influjos en las cosas del mundo y todo el favoritismo de la puta alegría, como dice Tomás Segovia… y todavía peor los que estando dentro de ese espacio de privilegiados se dedican a mostrarse al margen como si fueran los dueños de la contracultura de la contracultura, como ese que me dio la mano y que ahora seguro se la está dando a Tennesse… pero qué sarta de pendejadas neo hippies, todo es ambiguo hasta que tienen que pagar sus cuentas con trabajo propio o alguien se mete con lo que consideran su propiedad privada, nadie es realmente así de relativo en el mundo real, de otra forma no serían tan pretenciosos. Los artistas de verdad están volviéndose locos, no tienen tiempo ni dinero ni ganas de venir a lugares como a los que asisten tus amigos-
-¿Y entonces yo soy una idiota pretenciosa por conocerlos, por haber salido con ellos?-
-No sé, pero es diferente con ustedes, para ustedes todo esto es sólo un pasatiempo, una especie de paliativo, un medio… y de cualquier forma no quisiera decretarlo, trato de que mis prejuicios no lleguen más allá de mi nariz-
Nos quedamos en silencio y yo me sumerjo en las ideas redundantes que me persiguen desde los veinte años……………………………………………………………………………………..quitar!!!


Más tarde, para evitar el silencio incómodo saco de la guantera un cassette con Miguel Mateos en la portada, lo que ocasiona que abruptamente se rompa la rigidez que dejé con mis dizque reflexiones morbosas con las que intento sonar muy solemne, cuando Gatsby rompe en carcajadas, doblándose de la risa, quiere hablar pero las risotadas no se lo permiten, como puede se burla de que no tenga CD en mi auto, de lo viejo y usado de mi cassette y sobre todo de que sea de Miguel Mateos. No te preocupes, no es de Miguel Mateos, es un mezclado que me hizo un viejo amigo; y esto la hace rebotar literalmente en el asiento porque no había escuchado que alguien siguiera grabando canciones de esa manera. Debo confesar que me molesta un poco, pero lo dejo pasar, meto el cassette en el estéreo y comienza a sonar Jubilee Street de Nick Cave & The Bad Seeds... la risa loca de Gatsby que es como torbellino de alegría, poco a poco se apacigua y se sumerge en una tensa calma.

Llegamos a las calles del centro y un operativo nos conduce hacia un asqueroso bar de poca monta lleno de putas acabadas, de borrachos lamentables y travestidos drogados hasta el cuello; un lugar que los idiotas confunden con el arrabal, pero no pasa de ser una letrina. Nos acercamos, le digo a Gatsby que espere en el auto y me las arreglo para
entrar. Los policías tienen que encender cigarros porque apesta a podrido y mierda, a sudor rancio. Hay agentes entrando y saliendo; varios arrestados y en la parte posterior todavía se escucha a un par que se resisten. Voy a ver qué sucede y en el piso encuentro una gabardina negra, aprovecho el descontrol que ocasiona que dos travistes intenten huir y la tomo. Salgo discretamente y regreso al auto. Le digo a Gatsby que tenemos algo, pero que está por amanecer, que definitivamente no puedo pagarle por su tiempo y que tengo que alimentar a mi gato. No hay problema, nada más déjame en mi casa. Cruzamos todo el Eje central y luego nos dirigimos hacia Coyoacán, le digo que estaré informándole todo lo que vaya encontrando y ella comenta que no puede acompañarme la siguiente noche pero que la otra seguro sí, que hay que encontrar a esa chamaca y saber quién diablos es el otro; nos detenemos en la esquina de Tres Cruces y Francisco Ortega, antes de bajar Gatsby me mira con rostro neutro pero con ojos alegres., me toma del brazo ¿de dónde saliste tú? Espero que del vientre de mi madre. Con más cansancio que ternura saca un suspiro a manera de risa, toma sus cosas y va a salir del auto cuando se detiene de imprevisto. Oye, qué es una "chilla"... sí dijiste que iba corriendo hecho una chilla. La verdad, lo ignoro, así decían mis abuelos, pero prometo investigarlo. Esta vez con más ternura que cansancio me pide que descanse y sale. La veo abrir la gran puerta y desaparecer tras ella. Me quedo allí un rato, enciendo el último
cigarro y aplasto la cajetilla, para entonces el frío está calando, le subo al estéreo y suena desde mi viejo cassette Te quiero, con Emilio Tuero, recuerdo que los gatos no beben agua que no sea fresca y avanzo entre las calles mientras las personas, que hacen girar la rueda que mantiene en movimiento este mundo de porquería, se encaminan a sus empleos. El silencio en esta parte de la Ciudad es macilento pero voluminoso. El cielo está cerrado y el aire parece oscuro. Se apaga el cigarro por la humedad de la mañana, el encendedor se descompone y no encuentro con qué solucionarlo, por último busco en las bolsas de la gabardina negra y encuentro el zippo con el signo de Leo grabado, enciendo de nuevo el cigarrillo y me adentro al tráfico de la avenida pensando que de vez en cuando debería practicar lo que predico. A través del parabrisas veo el cielo y la ciudad, lo humano, lo divino, la imperfección y la muerte...


20 de marzo de 2015

DISOLUCIONES (Novela por entregas)

CAPÍTULO 8 BITÁCORA: HACIA TENNESSE(Borrador archivo Diego Henestrosa. Investigador Privado)



Gatsby me dice que recién había sido ascendida en la agencia, Tennesse apareció de la nada pidiendo trabajo. Todavía era muy joven y muy a pesar
de su carácter volátil y de su necesidad de disolverse en la vida, no parecía una puta de profesión ni siquiera una de esas putitas que llenan las universidades y los colegios y que cobran ilusiones en lugar de billetes, al menos así lo expresó Gatsby. Tú no eres una puta, qué carajos haces aquí cuando debieras estar buscándote la vida, le preguntó durante la entrevista antes de la entrevista cuerpo a cuerpo; no hay más mundo para las personas como yo, contestó y de inmediato se puso a la defensiva, si no quieres contratarme alguien va a querer hacerlo, dijo y se encaminó hacia la salida. Gatsby la detuvo porque se percató de que estaba perdida en serio y para ser sinceros, también la había atrapado. Al parecer, con un poco de suerte, Tennesse hubiera podido seducir al mismo Jesucristo.

Salimos del hotel y pasamos rápidamente al lobby por un trago, pido un whiskey doble y ella “lo de siempre”, diciéndole al barman que se trata de un negocio personal y determinante. Bebo con avidez pero mi garganta no es tan profunda o joven o no tiene tantos motivos como la de Gatsby que hace pasar el licor sin remilgos y con todo, yo sigo pareciendo un bruto sin modales en comparación con la elegancia de esa mujer frente a la cual, todo sexo se sentiría humillado en su natural fealdad. Termina, toma una servilleta y se limpia la boca dejando perfectamente marcados sus labios púrpuras, da media vuelta y se dirige hacia la salida. Yo respiro y sigo bebiendo mientras detengo la mano del barman que ya recoge la servilleta; dejo el vaso sobre la barra y me guardo esos labios en el bolsillo interior del saco. Parada en la gran puerta del hotel, se cierra la gabardina y ésta vuela gracias al siempre violento e inesperado aire de la Ciudad de México; frente a ella los autos pasan velozmente dejando estelas rojas y
blancas; la noche detrás de los edificios iluminados es densa y la gente
camina de un lado a otro, ignorando que forman parte del precario equilibrio del milagro de la decadencia. Me acerco y la tomo del brazo, así caminamos hasta mi automóvil, le abro la puerta, ella sube, enciende un cigarro. Qué haces, no puedes fumar dentro del auto, ella me mira con más sentencia que extrañamiento, espero un par de segundos y le sonrío, es una broma, claro que puedes fumar aquí dentro, puedes incendiar la ciudad y luego meterla aquí dentro si lo deseas, ella sonríe y me dice que soy un cursi, así que soy un cursi, bueno, bastante viejo para ser cursi, ‘¿no?, ser viejo es en sí ya una cursilería, pero le viene bien a esa cara de hijo de puta que tienes, entonces los dos nos carcajeamos, dame un cigarro, me da el que tiene las líneas de sus labios, pensé que serían mentolados, los mentolados son para niñas. Nos alejamos en silencio sobre la avenida…
le abro la puerta, ella sube, enciende un cigarro. Me siento y tomo el volante, me quedo un segundo en silencio y ella me pregunta si puede fumar dentro, claro, por supuesto que puedes fumar le contesto y busco mis cigarrillos pero los chingados cigarros no aparecen, si quieres te doy uno, saca la cajetilla para ofrecerme. Gracias no sé dónde quedaron los míos. Enciendo el cigarro. Enciendo el auto. Nos alejamos en silencio por la avenida.

Más tarde le pregunto acerca de la agencia, pero me dice que no sabe nada y que de eso no piensa hablar así que es mejor que no insista. Me dice que su mayor interés en todo esto es saber que Tennesse se encuentra bien. Me indica el camino pero antes de llegar me detengo en una tienda de 24 horas, voy por cigarros le digo y me meto a la tienda para comprar también una pequeña botella de whiskey, el chico que atiende me recomienda que me lleve latas porque es más práctico y le contesto que el whiskey en lata es como un ramo d flores, como el tronco de un árbol recién cortado, como el amor de una mujer que se larga sin volver el rostro: algo dentro late pero en realidad se trata de muerte; y luego de un instante en silencio me pregunta si voy a pagar con tarjeta de crédito y yo pienso que es una
tristeza que el mundo sea una granja de idiotas a los cuales se acostumbran las hembras quienes siempre quieren ser libres y así la situación en este jodido planeta. Luego de un buen trago regreso y comienza a lloviznar y las calles se llenan de un dulce olor a carne fresca...
Conozco bien a Tennesse porque fuimos pareja durante dos años ¿Es lesbiana? No ¿Entonces? No confía mucho en ellos, no entiendo, es demasiado, esa es su complicación con la vida, que siempre fue demasiado y al mismo tiempo frágil… como todo lo bueno en este mundo de la chingada… ¿tenía algún enemigo, problemas con alguna compañera, algo, cualquier conflicto en el trabajo? No que yo supiera, quiero decir ninguno más allá de los normales en este trabajo. ¿Y ya vas a decirme qué buscas exactamente con ella? Es que no estoy seguro, hasta donde sé puede estar secuestrada, puede haber matado a alguien y estar huyendo o quizá puede estar muerta, por eso necesito pistas. Llegamos hasta los departamentos donde vive Tennesse. El tipo de seguridad nos deja pasar luego de anotar la placa, pedirme una identificación, hacer doscientas preguntas y realizar un llamado preventivo a los refuerzos más cercanos.

Caminamos a través del estacionamiento para invitados y en medio de las casas iluminadas, del ambiente hogareño y familiar, adivino que para Gatsby todo esto resulta igual de ajeno e hiriente. Por fin encontramos el número 24, al lado unos chicos tienen una fiesta bastante ruidosa, ella se adelanta mientras yo palpo lo compacto del revolver debajo de la camisa. Las luces del departamento de Tennesee están apagadas y el polvo en las ventanas parece llevar días acumulándose ¿Hay algún lado por el que podamos entrar?, ayúdame a sostener esta rejilla… De la fiesta salen tres tipos bastante ebrios contando dinero, si buscan a Tenn, no ha venido en días, quién sabe en qué anda esa morra, me dice uno con esa manía de los jóvenes de suprimir y distorsionar el idioma; ¿la conoces bien?, le pregunto. A veces salimos a beber o de fiesta cuando tiene días libres, pero hace varios días que no la he visto por acá. Estás seguro de que no ha venido ni de pasada. Bastante seguro, ¿ustedes son familia o algo? Sí, soy su papá, pero no me contesta el teléfono, por eso vinimos a verla. Pues si
quiere puedo brincarme por atrás y de una vez vemos si está o no, a veces lo hacía cuando se le quedaban las llaves adentro, me dice y de inmediato lo hace. Una vez abierta la puerta, me dice que no está, entramos. El departamento es una bodega de papeles, recuerdos, figurillas y demás chucherías de gran valor sentimental –supongo- pero completamente intrascendentes, además de eso todo parece bastante convencional como cualquier habitación de chica universitaria. Efectivamente parece que no ha estado por aquí en varios días, se escucha un gran destrozo del otro lado, ahorita regreso dice el chico y salen corriendo, me apuro a recoger su laptop y antes de salir veo y me extraña, una sola fotografía colgada inusualmente en la cocina, la… le digo a Gatsby sin poder pronunciar la palabra y le señalo casi desesperado, ¿la fotografía?, ¡¡¡sí, sí, tráela!!! Apagamos las luces y cierro con seguro. Los chicos regresan y me preguntan si todo va bien, claro, yo creo que estará con su tía, regresamos en un par de días, gracias. Antes de irnos, nos piden un par de cigarros. Se los damos.

Al salir el tipo de seguridad, luego de otras doscientas preguntas me dice que tiene que revisar el auto, le digo que es guardia de seguridad no policía de la dictadura, pero que puede estar seguro de que no he robado nada. El tipo me ordena que baje y le abra el maletero y yo odio a los tipos que se toman atribuciones que no les pertenecen para compensar su desequilibrio psicológico. Mejor hazlo y vámonos, me dice Gatsby. Bajo, ya frente al maletero pasan dos autos a nuestro lado, uno se detiene, el chico amigo de Tennesse se asoma por la ventanilla, no hay problema son familiares de la chica del 24, dice y desaparecen tambaleándose sobre sus cuatro llantas. No
importa, ábralo o aquí vamos a tener problemas, me vuelve a ordenar y para entonces ya estoy más que exasperado. Abro el maletero, él mete su cara para revisar y está por ordenarme que levante la alfombra cuando le pongo el cañón de la S&W en la nuca dejándolo frío, levanta las manos, tiembla y me ruega que no lo mate, ¡mira cabrón, para ser así de molesto eres bastante idiota!, y ni te espantes que no voy a hacerte nada, sólo que me disgusta tu actitud, ahora ve por mi credencial y cálmate, sí señor. Antes de irme le hago ver que tiene anotada mis placas y que ha visto mi rostro, pero que sigo siendo más listo y decidido que él, así que es un buen momento para mejorar como persona y no hacer otras pendejadas. Nos vamos. Qué fue todo eso, me pregunta Gatsby. Yo y mi mala actitud para con el mundo…

En la foto aparece Tennesse con dos idiotas en un antro de la Zona Rosa ¿Quieres un trago?, le pregunto a Gatsby. ¿No creerás que allí vamos a encontrarla, verdad?, es una idea estúpida. Así pasa la gloria del mundo,
linda. Eso es una cursilería, me contesta, saco la botella, le doy un trago y se la paso, ella enciende dos cigarros y me regala uno con las líneas de sus labios impresas, ¿Demasiado viejo para ser cursi? La vejez es en sí una cursilería, pero como pareces un hijo de puta creo que te viene bien. Me sonrío y le contagio a ella un poco de risa. Nos alejamos en silencio sobre la avenida, mientras me crece en el estómago esa sensación de cuando dejas de estar en paz con la maldad y el fuego está por arrasar la tierra…

19 de enero de 2015

DISOLUCIONES (Novela por entregas)

CAPÍTULO 7


BITÁCORA: HACIA TENNESSE
(Borrador archivo Diego Henestrosa. Investigador Privado)

Doce Horas más tarde, me despierta el llamado incesante del teléfono
celular; contesto sobresaltado luego de varios sueños inquietantes porque últimamente las imágenes se me arremolinan en múltiples y confusas visiones en mi cabeza, algunas muy personales otras de viejas amistades que se perdieron en esta miserable cotidianidad. El teléfono, las redes sociales son así, como la inminente espera de una mala noticia. El chico que me contrató me llama para decirme que tiene todos los datos del sitio de escorts y que aún más, que me ha concertado una cita con la chica que tiene más tiempo trabajando allí, me dice que no fue fácil pero que a través de unas vagas mentiras y unos cuantos movimientos bancarios desde los oscuros fondos de la red, los contribuyentes más adinerados de este país van a patrocinar nuestra investigación y que así, estos “contribuyentes” hechos de la injusticia social contribuirán al servicio de la justicia moral, me lo dice con esas palabras, me dice que si no me pone contento esta ironía literaria, me lo dice con un tono de satisfacción aspiracional que me fastidia. Me pide que me conecte por Skype o algo así y que por allí podemos charlar y compartir la información. No tengo nada de eso, le contesto cortante, de hecho casi no enciendo la computadora, pero mándamelo a mi correo, él se carcajea horriblemente y por un momento pienso que se está ahogando, luego me dice que eso es del siglo pasado. Espero tu correo, le contesto y cuelgo. Pienso que toda su tecnología es también del siglo pasado, que todos los adelantos tecnológicos no son sino adornos de algo que ya era desde el siglo pasado.

Me desperezo sobre el sillón y me pregunto cuándo fui a sentarme al sillón allí; para entonces los zapatos me están matando y Harry me ha calentado el vientre como a un radiador sin agua. Tengo una colilla todavía pegada entre mis dedos y la botella de Vat al lado de mis piernas. El cenicero se ha caído esparciendo ceniza, colillas y vidrio por toda la sala. El gato se despierta, se estira sobre mí encajándome sus uñas y de un salto se libra del caos; come un poco, bebe agua haciendo gestos como indicándome que debo cambiarla y voltea a mirarme fijamente, inmóvil. No te preocupes ya limpio todo este desmadre, le digo y eso basta para que de otro salto llegue a la ventana y se largue. Los gatos tienen esa cualidad de hacerte sentir que estás cotidianamente en deuda con ellos.

Me pongo a limpiar, me baño, como me alimento un poco algo mientras reviso la información. Parece un sitio bastante legal para todo lo ilegal que allí ocurre seguramente, como todo en este país sin buen gusto, se trata de un lugar muy profesional pero falto de clase y glamour, es una especie de men´s club para la alta burocracia. La cita se realizará en un hotel conocido a las 20:00 horas. Mi nombre será Alfonso Paredes, que es el que comúnmente uso en casos como este; el de ella Ofelia Castillo aunque en privado debo llamarla Gatsby y esto ya me inspira un poco de confianza en que no se tratará sólo de una tonta con bonito cuerpo.

Tomo el último trago de la botella, enciendo un cigarrillo y salgo hacia el hotel, todavía es temprano pero soy maniático de la puntualidad y además quiero ver a Gatsby cuando entre el lobby, necesito leerla antes de enfrentarme con ella, saber de qué forma se sobrepone a la presión de esta hipócrita sociedad que nos ha contaminado a todos con sus cuentos rosas y su sexo en rasurado. A esas horas, los establecimientos decentes comienzan a cerrar y los indecentes apenas se preparan para recibir toda nuestra necesidad de reafirmarnos en oscuras calles y exóticos tragos sin embargo algo llama mi atención sobre la avenida, en medio de casas abandonadas y entre un ensuciadero de grafittis superpuestos unos sobre otros, apenas alejada de la zona comercial, se encuentra una librería con un logo idéntico al del sitio de escorts y en este momento de mi vida se me hacen insoportables las casualidades. Me detengo unos metros adelante, enciendo el último Lucky de la cajetilla y camino lentamente observándolo todo con detenimiento. Frente a la entrada doy una fumada más, en ese momento sale el dueño y me dice que está a punto de cerrar pero que si quiero un libro en especial, quizá pueda vendérmelo. El librero parece más del tipo intelectual a la antigua, con peinado de raya al lado perfectamente relamido, grandes lentes de gota y escaso bigote bien cuidado. No, no se preocupe, quería echar un vistazo porque me pareció bastante pintoresco su lugar, le comento. Claro que es pintoresco, me responde, tenemos abierto desde antes que el D. F., fuera un estado, desde que era una regencia, imagínese, me responde con un orgullo que nadie tendría únicamente por un montón de libros. Tiene alguna tarjeta o algo porque estoy de pasada y quizá olvide la dirección, le pregunto y el tipo se me queda viendo con suspicacia, como tratando de encontrar un detalle en mi rostro o mi persona que pueda recordar por si las cosas se complican, ¿ya le habían hablado de mi librería? Me pregunta en un tono cordial pero que por un


momento me manda de nuevo a la primaria y contento contengo mi necesidad de contestarle de inmediato que no, que yo sólo pase por allí porque iba a hacer unas compras y una serie de tonterías que sólo me descubrirían; en cambio, le sostengo la mirada, miro de nuevo el nombre y el logo del establecimiento y le contesto digo que no, pero que no sería raro si es que tienen tanta tradición como acaba de decirme; el tipo me mira unos segundo más como tratando de encontrar un gesto que delate mi mentira; ¿y qué libro andaba buscando?, me pregunta para insistir, ah, pues uno de Rimbaud, donde venga Sueño para el invierno, le digo y comienzo a leerlo también y él de inmediato se acomoda las gafas. Pues creo que tengo unas tarjetas dentro, por qué no pasa y ahorita buscamos su libro, me dice con cierto aire de que voy a encontrar algo más, eso que “ando buscando”, pero en desde hace unos meses que no sé lo que ando buscando y prefiero no arriesgarme; no, no se moleste, prefiero regresar luego y con calma revisar yo mismo, ya sabe que eso de meterse en una librería requiere su tiempo, nunca sabe uno con qué va a encontrarse, le comento. Eso, sí, eso sí, me responde y se mete por la tarjeta. Me la entrega, le agradezco y camino de vuelta hacia mi auto. Por el retrovisor de una auto camioneta veo que hace señas a alguien dentro y ese alguien, un gordo enano sale de inmediato detrás de mí, supongo que con la orden de vigilarme, de otra manera no habría avanzado tanto. Sigo de largo cuando llego al auto y me meto en el primer Oxxo que encuentro a comprar unos Lucky Strike. Mientras pago veo al gordo de ida; me quedo viendo las revistas y lo veo de regreso. Me fumo un cigarro en el estacionamiento y luego voy por mi auto dando un rodeo por las calles. Aun cuando estuvieran esperándome, en medio de esa oscuridad no podrían identificarme ¡¡Mierda, se me ha hecho tarde!!

Llego corriendo al hotel y me siento a esperar, sudoroso, fatigado y con la respiración a tope, como si hubiera corrido una maratón de 5 kilómetros, me digo que debo bajarle al cigarro, pero eso me digo desde los treinta años. Me limpio el sudor y me acomodo la ropa. Por un momento me parece que ha pasado sin que yo pudiera reconocerla, pero entonces la veo y entiendo que mi mente pertenece a otra época, que mis estereotipos son en realidad decadentes. Aparece en la entrada un mujer cerca de los cuarenta pero que en realidad no los aparenta, con una vestimenta hípster que de inmediato me envejece diez años y es que a excepción de ciertos lugares muy específicos ya es casi imposible distinguir a una prostituta de una chica cualquiera. La veo entrar y caminar hasta la recepción donde la atienden con una galantería ya anacrónica. Ya han pasado los mejores días de este hotel pero sus empleados siguen conservando los modales de un siglo pasado que se diluyó en la disolución precipitación de las individualidades. Gatsby entra arrancando las miradas de propios y extraños y por el breve momento en que se encuentra en el lobby, logra sacarnos a todos de la mediocridad de nuestras emociones y pensamientos; su cabello café cae sobre su frente y hace un medio remolino para terminar en puntas decoloradas sobre sus hombros, su maquillaje es tan discreto pero colocado en los puntos exactos para que por un momento me sienta avergonzado de mis labios partidos por el frío y la deshidratación. Viene enfundada en una gabardina impecablemente blanca estampada con golondrinas en varias posiciones y luego sus largas piernas desnudas que rematan en unos botines rojos de piel. Apenas abre la boca le dan la llave de la habitación. Se encamina hacia el elevador y desaparece blanca y cándida por sobre el velo de la incredulidad de quienes compartimos un mar de falsos conceptos e ideas tergiversadas acerca de la vida. Ella flota hacia el elevador y desaparece detrás de sus puertas metálicas y yo no puedo más que recostarme sobre la pequeña sensación de muerte de suspira sobre mi costado. Me digo que debo ser profesional, pero quién puede serlo en esta ciudad del demonio cuando ha visto la belleza de frente.

Voy a la recepción y digo que me están esperando, menciono el nombre de Ofelia Castillo, por favor su identificación señor Paredes y su ticket, me dice el chico, le muestro la identificación falsa y le pregunto para qué carajos necesitan un nombre sobrenombre entonces, es cuestión de discreción señor Paredes, sólo cuestión de discreción, aunque si usted prefiere… no, déjelo así, le contesto. Habitación 111, tiene dos horas. Subo al elevador, muy de cuerdo a la situación, se escucha Everybody knows del grandioso Leonard Cohen. Pienso que sería un error hacerse aquí el rudo, pero que tampoco debo parecer primerizo aunque de seguro se me ve la cara. no importan cuantas experiencias tengas, la primera vez para algo nada más no puedes deshacerte de esa cara de idiota que se aferra al rostro.

Ya en el pasillo comienzo a ponerme nervioso, como un puberto en la primer cita donde sabe que inevitablemente tendrá que besar a la chica; y cuando estoy a punto de tocar, me detengo porque las piernas me tiemblan, no puedo creer que un arma cargada frente a mi rostro me cause menos impresión que una mujer que usa guantes blancos. Saco la anforita y le doy un trago largo. Llamo sutilmente a la puerta y ella pregunta quién es, le digo que Alfonso Paredes, ella abre y se va a sentar en los pequeños sillones, sirve dos tragos de tequila y me da uno. La saludo y ella me pregunta qué quiero hacer, me quedo pasmado por un momento… si tienes pensadas cosas raras de una vez te digo que llevo acá algún tiempo como para aguantármela… no, en realidad tenía algunas preguntas…. No doy entrevistas, así que si quieres hacer un reportaje te me vas al carajo, pero antes te me encueras no quiero salir en las noticias… me dice Gatsby con una pose de novela gráfica que me saca una sonrisa… de qué carajos te ríes imbécil… de que para ser una puta, tienes una actitud del carajo… no soy una puta cualquier, tú sabes cuánto pagaste para que yo estuviera aquí… en realidad pagaron los contribuyentes…. Qué…. Es un chiste local y en realidad muy idiota… entonces?.... me termino el trago y arrojo el vaso, mira linda, no soy burócrata ni nada por el estilo, no tengo un trabajo convencional ni nada de esas idioteces que crees saber sobre mí, soy un investigador privado, necesito hacerte unas preguntas y no me voy hasta que me contestes, puedo salir de este hotel en un dos por tres y no trabajo sólo, si pudimos traerte aquí podemos encontrarte hasta el fin del mundo, ¿entiendes?... ¿Investigador privado, como en las películas?, ¿estilo Raymond Chandler? Vaya, una piensa que esas cosas sólo pasan en las películas o en las novelas negras, qué quieres saber, me dice Gatsby realmente emocionada y yo sólo pienso en que las prostitutas se han ido superando mientras nosotros seguimos creyendo que podemos rescatarlas salvarlas. Le sonrío a su sonrisa de niña que recién abre su regalo navideño y voy por mi vaso. Sírveme una más y te cuento. Ella lo hace. Dentro de mí, no tengo más pensamientos: Gatsby, espero no ser tan viejo.

UN BREVE Y MORTAL SUEÑO

Novelas para el fin del mundo UN BREVE Y MORTAL SUEÑO (Antonio Mejía Ortiz, México 2019), nos conduce a un viaje a través del alma y la men...