24 de julio de 2013

TAUROMAQUIA PARA ANTITAURINOS

Por: Antonio Mejía Ortiz

“Aquí has venido siguiendo el molde de tus connacionales que se largaban a París para hacer su educación sentimental. Por lo menos en España eso se aprende en el burdel y en los toros, coño.”
Rayuela. Cap. 13. Julio Cortázar

Primer tercio.
La Cultura, en el amplio sentido del término, es aborrecida por las feroces pretensiones totalitarias porque implica reconocimiento de la identidad y conciencia; reflexión crítica y responsabilidad. Quien comprende la vida como la posibilidad de expresar los más altos valores de la naturaleza humana, habrá de alcanzarlos hasta en los peores momentos de su historia personal. Frente a él, se manifiesta lo sagrado en dos acciones del más elevado nivel de sabiduría, sublimación y divinidad; el primero tiene que ver con el sacrificio; el segundo con la misericordia que se traduce como: perdón, compasión, amor. Sin embargo, quien se sirve de los más bajos valores del hombre para tratar de imponer una percepción distorsionada o una ideología arbitraria a toda acción humana, se justifica en formas de pensamiento y comportamiento masificadas, donde la identidad del individuo no se centra en las características del mismo, si no en lo externo: los objetos no son a través del hombre, más bien, el hombre es a través de los objetos que posee, del sentido superfluo de lo material. No se trata ya del “ser”, se trata del “parecer ser”, de acuerdo a un prototipo establecido con alevosía. La diferencia entre esto último y lo que sucede en la naturaleza, la encontramos en dos conceptos: uno, “la necesariedad”; y dos, la “predeterminación del carácter”, que siendo innato es infranqueable. La sociedad masificada se rige por la aspiración al deseo y la apariencia, desde aquello que no es necesario, pero se vuelve indispensable; y, desde aquello que reemplaza la historicidad del individuo por la visión maniquea y simplificada de una realidad social que se establece como norma, no inevitable, más bien incuestionable. En tanto, la naturaleza acontece necesariamente en la existencia y su unicidad absoluta es múltiple.

Las sociedades modernas están cautivas por urgencias intelectuales, emotivas y psicológicas ficticias, desechables, que obedecen a tópicos de moda pertenecientes a ideologías frívolas que establecen un “nuevo orden” de pequeños guetos normalizados a través del automatismo, el egoísmo, la supresión de la identidad por una promesa de personalización. Por el contrario, la esencia de la naturaleza es aceptación de la condición del ser, en tanto la sociedad masificada es negación de dicha condición. La sociedad del espectáculo o sociedad del marketing[1], necesita de una ideología no reflexiva que se base en el ambiguo terreno del panfleto moral y las demagogias sensibleras, para realizar juicios y condenar –sin derecho a réplica- en aras de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Así los detentores del poder (quienes perversamente carecen de rostro), manipulan los placeres y condicionan todo tipo de deseo para implantar su “nuevo” orden, el cual será justificado por la “buena voluntad de las mayorías”. Lo anterior es lo que se encuentra detrás del discurso que intenta prohibir la Fiesta Brava, aun cuando la argumentación al respecto se ha banalizado hasta límites ridículos e intransigentes.

Siempre he pensado en la Tauromaquia como la lidia de las pasiones del hombre, como el performance en el cual acontece el agón entre la Hybris[2] y el Hombre, donde éste habrá de trascenderse a sí mismo y actualizar su conciencia o sucumbir en el anacronismo. Para comprenderlo es necesaria una mínima intuición acerca de lo sagrado y de los aspectos simbólicos propios del imaginario colectivo. Cuando hablo de lo “sagrado” me refiero a ello en dos sentidos: 1) El particular, como el espacio donde se lleva a cabo, sucede y trasciende lo espiritual y que necesariamente está influido por un estrato divino. 2) El general o secular, como el espacio en la mente del hombre donde sucede la reconfiguración de la realidad sensible y concreta de la existencia.

Así, la Fiesta brava es un acontecimiento simbólico de regeneración, reconfiguración y resignificación de energías. Cuando hablo de “energía” me refiero a los impulsos racionales, instintivos y químicos del ser humano, inscritos en un medio físico que lo lleva a decidir tal o cual cosa y no otra, en una circunstancia específica. Por lo mismo y como fiesta, aun cuando parezca desprovista de todo aspecto sagrado, se presenta como una súbita inmersión en lo informe, en la vida pura:

“El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual. Y esta tendencia beneficia a nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad, siempre afinadas y despiertas. El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros […] Así pues, la fiesta no es solamente un exceso, un desperdicio ritual de los bienes penosamente acumulados durante el año; también es una revuelta, una súbita inmersión en lo informe, en la vida pura. A través de la fiesta la sociedad se libera de las normas que se ha impuesto. Se burla de sus dioses, de sus principios y de sus leyes: se niega a sí misma […] La fiesta es un regreso a un estado remoto o indiferenciado, prenatal o presocial, por decirlo así. Regreso que es también un comienzo, según quiere la dialéctica inherente a los hechos sociales […] La sociedad comulga consigo misma en la fiesta.”[3]
El sentido de comunión social en la Fiesta brava contiene un propósito didáctico al exponer la esencia inevitable de la existencia a través de una reconfiguración ritual de la vida; sin embargo en esta modernidad atea de desorientación cientificista y egoísmo antropocéntrico, esta reconfiguración la hallamos relegada a un recuerdo romántico o como ficción literaria; y en el peor de los casos, como tendencia pseudo-filosófica apoyada en percepciones esotéricas. La intuición acerca de lo sagrado y del ritual se ha conducido a fetiches sensibleros ofrecidos como vanguardias de supermercado: las formas occidentales del yoga, el taichí o el feng shui, etc.; la aplicación de la psicología como perversa deconstrucción del subconsciente para crear consumidores obedientes, por ejemplo. Este fetichismo proviene de una búsqueda inevitable de equilibrio espiritual, sin embargo, al anular todo aspecto metafísico cualquier ritual personal queda relegado a una mera materialidad del comportamiento, donde lo importante no es el tránsito interior que va del “sí mismo” del hombre hacia la realidad y de allí al universo, sino cómo los valores externos del hombre son afectados por la apariencia material de la realidad, ocasionando que el concepto de desprendimiento sea despreciado por una relación de intereses. La concepción oriental de la realidad no puede adquirirse en un curso de dos años en la casa de cultura de la comunidad y dicha concepción no puede separarse del medio que la originó; cuando ésta se traslada lleva consigo su cosmovisión. Lo que sí puede hacerse es encontrar correspondencia y retroalimentación entre culturas, pero si tenemos en cuenta que la visión de mundo en occidente ha sido paulatinamente orillada hacia un pensamiento positivista voraz, aquellas diferentes formas de conceptualizar la relación con la existencia, traídas de los pueblos “exóticos” que desde siempre han sido tratados como colonias, no pasarán de ser fetiches esotéricos para intelectuales burgueses.

El problema no es, en todo caso, la tendencia humana hacia la noción de lo sagrado y su posterior expresión ritual, sino la manipulación del sentido de acuerdo a los intereses personales. La Fiesta brava es un ritual simbólico, donde la experiencia de la vida se manifiesta en toda su dimensión. Como dice Albert Boadella: “En el ruedo, en la plaza de toros suceden casi todas esas cosas, esenciales, que suceden en la vida. Uno ve en directo el miedo, el pavor, la muerte, la astucia, la inteligencia, la sangre, el arte, el buen gusto, el mal gusto, etc., es decir, todos los elementos esenciales que existen en la vida están allí y en forma real…”[4] La corrida de toros es una metáfora, una enseñanza ética que propone al público reflexionar sobre aspectos esenciales de la vida y el arte. En la figura del toro se concentra el símbolo del sacrificio, como sucede con los héroes míticos, la diferencia es que mientras estos últimos suceden en el imaginario colectivo, en las corridas de toros confluye el universo mítico y el mundo del tiempo o “mundo de la vida”.

El apego del hombre contemporáneo a la vida como posesión material no proviene de la comprensión instintiva de la existencia, proviene del terror que ocasiona el desconocimiento de lo trascendental, de esa parte de la existencia que le sucede al plano físico. El hombre “moderno” se niega a cualquier forma de desprendimiento, de reconocimiento, de catarsis. Hay una suerte de fijación por retribuciones inmediatas de pasiones fútiles y placeres superfluos. Así, cuando la propuesta es enfrentarse a un trance agónico, la respuesta negativa es inmediata y furibunda, como sucede con un niño encaprichado. Los conceptos se mezclan y distorsionan, pierden peso y nada es tan significativo como para suprimir el ego; situación que pone distancia entre el sacrificio y el altruismo pequeño burgués. El antitaurino menosprecia al animal colocándolo en una categoría humana de índole inferior, como hacen los “buenos” colonizadores con los colonizados. A través de su apego material-cosificador y despectivo, sobrevaloran lo moral para defender a ultranza causas en las que no creen sino que consideran que es su deber defender. Su finalidad es ayudar para enaltecerse a sí mismo, venerar para venerarse a sí mismos a través de una sublimación auto-inducida de la propia “calidad moral”; y al considerar que resguardan los más altos valores de la naturaleza se olvidan de las condiciones que rodean el hecho y lo conducen todo hacia un morboso alarmismo, reduciendo la dimensión del acontecimiento a una sensiblería melodramática. Los grupos antitaurinos parecen más interesados en crear víctimas y tiranos, que en solucionar los problemas de relación y comunicación del amplio medio social egoísta, infantilizado y utilitario. 

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[1] N. A.: En un sentido general, se puede entender como el resultado de la propaganda que a través de un desquiciado e inmoral adiestramiento subconsciente por parte del Estado o las corporaciones internacionales, promueven el ateísmo, el cientificismo, el egoísmo antropocéntrico y el fetichismo esotérico, para generar un grupo masificado y al mismo tiempo individualista; sensiblero y materialista, de consumidores ignorantes, voraces y obedientes.
[2] La Hibris (en griego antiguo ὕβρις hýbris) es un concepto griego que puede traducirse como 'desmesura'. No hace referencia a un impulso irracional y desequilibrado, sino a un intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres mortales y terrenales.
[3] Octavio Paz, El laberinto de la soledad. Ediciones Cuadernos Americanos, México, 1950.
[4] Albert Boadella, Intereconomía tv. Doce mujeres sin piedad (youtube.com/watch?v=gzMfBta20vo04/05/2012)

13 de julio de 2013

DISOCIAR

El siguiente poema lo escribió un amigo para alguna de las noches de tragos y cigarrillos. Lo comparto con su autorización porque considero que es bastante bueno.

DISOCIAR

La parte vital para atenuar la conciencia de la vida
recibe un baño de cinismo nocturno,
nubla el pensamiento periférico
y exige una asociación reflexiva.

Empapado, los sentidos acallan ante la oscuridad
que germina donde nace el grito.

Ligereza amorfa toma mi cuerpo,
comparto las restricciones infinitas de la habitación,
inanimado e incontenible,
la parte vital para atenuar la conciencia de la vida,
recibe un baño de cinismo matutino...

César González Vargas

UN BREVE Y MORTAL SUEÑO

Novelas para el fin del mundo UN BREVE Y MORTAL SUEÑO (Antonio Mejía Ortiz, México 2019), nos conduce a un viaje a través del alma y la men...