Hace algunas semanas, apropósito
de la presentación del libro Hacia una
teoría dramática de María Serguieievna Kurguinian, traducido al español por
el Dr. Armando Partida Tayzan, escuché
al Profesor Germán Castillo (quien era uno de los presentadores) equiparar el
teatro posmoderno con la poesía, en especial las puestas en escena de
directores mexicanos contemporáneos; basándose en lo expuesto por la autora en
el prólogo del libro acerca de que las fluctuaciones en las tendencias de los
creadores del teatro a través de la historia tenían que ver con la versatilidad
de posibilidades que tiene por naturaleza el género dramático, ya que es punto
limítrofe entre los otros dos grandes géneros: la épica y la lírica. Así,
mientras unas tendencias o estilos se inclinan más hacia la épica, como el
teatro clásico que se sirve de la poesía para crear discursos narrativos; otras
tienden más hacia la lírica, como en el teatro llamado posmoderno, que se sirve
de la narrativa para generar discursos poéticos. Sin embargo, el teatro no es
una cosa ni otra, es precisamente aquello que resulta en el espacio liminal que
hay entre ambos géneros de los cuales se sirve. De allí que en el teatro se
genere un acontecimiento vívido, es decir, una experiencia real, verídica incluso
histórica, a través de un discurso simbólico, pues como sucede en la vida, no
todo es abstracción y no todo es concreción, y a pesar de ello, ambas suceden
al mismo tiempo en la experiencia existencial del individuo. De allí también
que, de vez en vez, surjan tendencias como la “Narraturgia”, muy de moda en la
escena mexicana. Esto no quiere decir, o por lo menos no necesariamente, que se
rompan los paradigmas del arte teatral o que se haya encontrado una forma nueva
y revolucionaria del arte dramático, ya que por un lado, las vanguardias y
reconfiguraciones del teatro, desde mi punto de vista, sólo se pueden encontrar
sobre las necesariedades de la escena, es decir, haciendo teatro; y por otro
lado, tendencias como la “Narraturgia” son estilos propios de una generación
que por los accidentes históricos, se hayan más relacionados con una parte de
aquello que conforma el acontecimiento dramático y que hemos mencionado antes:
la épica o la lírica
Cierto sector (me cuento entre
ellos) no está convencido de que se deban “quemar las naves del drama” a causa
de experimentos escénicos y dramatúrgicos que intentan desaparecer o, por lo
menos, romper las figuras tradicionales de la tríada dramaturgo-director-actor,
para hacer una serie de mezclas especificistas y vanguardistas, que nieguen
cualquier lazo con la tradición teatral. Esto porque en realidad no se trata de
una verdadera revolución del pensamiento escénico, sino, más bien, de una
tendencia de algunos dramaturgos que en congruencia con su realidad y su percepción,
hayan en esta estructura particular una manera más orgánica, propia o íntima de
expresar su relación con el mundo, dado que su trato con las estructuras
tradicionales ya no les es significativa. No digo con esto que estas tendencias
deban rechazarse o no tomarse en cuenta, digo que no debemos estar desesperados
por encontrar la autenticidad donde no la hay; y digo que estilos como la
“Narraturgia”, deben asimilarse pero tomándolos como lo que son: una de las
distintas expresiones del acontecimiento teatral.
Al respecto, el Profesor Germán
Castillo en su participación mencionó que quien no está envuelto o
familiarizado con lo poético, no puede entender el arte posmoderno, el teatro
posmoderno y esta aseveración, desde mi punto de vista, no es del todo correcta:
por una parte es cierto que el arte, sobre todo la poesía, es un gusto
adquirido en base a la experiencia sensible de cada individuo; y también en que
la tendencia contemporánea en el teatro se inclina hacia la lírica, aunque
irónicamente se sirve de la narrativa para lograrlo. Así, alguien que ha sido
educado en valores superfluos y vulgares, difícilmente encontrará algo
significativo en la poesía, porque no tiene relación alguna con ella. Dicha
opinión justifica las ocurrencias, por decir lo menos, de directores con poca
responsabilidad pero con muchas ganas de ser auténticos. Por otro lado, sin
embargo, no deja de ser una afirmación un tanto excluyente, ya que artes como
el teatro tienen como fin principal conmover al espectador sirviéndose de, por
ejemplo, la poesía. Aunque es verdad que se aprende como todo en la vida a
presenciar el teatro, una escenificación que no llega a las fibras sensibles
del espectador, cualquiera que se su procedencia, es un intento fallido, porque
el Teatro, mucho más que otras artes, se trata de la experiencia de un
acontecimiento que debe golpear el estómago, subir para latir con el corazón y
seguir subiendo para hacerse idea en la mente y no al revés. De esta forma, las
ocurrencias que vemos en los escenarios mexicanos, sobre todo alternativos,
intentan justificar su ineficacia y su falta de empatía para con el espectador
culpando a éste, intelectualizándolo todo y escudándose en la aparente
exclusividad de lo poético; de lo que resulta que únicamente un pequeño grupo de elegidos por azar o
destino, tiene derecho a deleitarse en las mieles del arte y donde las masas
están negadas por el accidente de no haber nacido en un momento y lugar adecuados.
Esto es absurdo aun cuando es parcialmente verídico.
El Profesor Germán Castillo
intentaba quitar, desmentir o por lo menos suavizar el prejuicio que recae sobre los creadores teatrales
autoproclamados “posmodernos” y esto es convertirse en abogado del diablo, como
sabemos. Y aunque en el sentido teórico de la construcción del drama, su punto
de vista acerca de que las obras posmodernas, en este caso narratúrgicas, aún
sin contarnos una historia siguen diciéndonos algo (tema que requiere de amplias
discusiones), es interesante y tan necesario como digno de pensarse y
repensarse, los artistas posmodernos de la negación en la escena mexicana, no
pueden seguir cobijándose tras el discurso de la subjetividad poética, ya que incluso
la poesía, por más intuitiva que parezca, tiene una estructura, una forma
lógica, un sentido, una técnica clara y además de todo, las virtudes y pesares
de un oficio. Si bien generalmente no cuenta historias, si nos dice algo, se
manifiesta acerca de una experiencia o percepción de la realidad del Ser, es
decir, aunque no es su sentido primario, tiene una postura e intenta
sustentarla. El problema no son las obras posmodernas ni las tendencias que
intentan descubrir “el hilo negro” como la Narraturgia, ya que obras en este
sentido las hay y muy buenas (baste mencionar a Heiner Müller); el problema en
primera instancia es la ignorancia, el snobismo y falta de criterio de la
burocracia cultural del país; y segunda instancia, son ciertos autores y
directores mexicanos que aprovechan las ambigüedades de ciertos conceptos, la
falta de formación del espectador y la facilidad con que reciben presupuestos
incondicionales, para realizar montajes absurdos, carentes de imaginación,
intelectualoides que irremediablemente caen en lo que en teatro se conoce como
ilustrar la escena, en el melodrama y finalmente en la carencia de contenido
estético; montajes que justifican con la idea de que si el público no encuentra
conexión o sentido, es culpa del público.
Los llenos en teatros que
presentan musicales y obras de corte tradicional son la clara muestra de que el
problema no es la procedencia del espectador. Y esto no resulta de la
ignorancia del pueblo mexicano o del espectador mexicano, ya que si hablamos de
sensibilidad estética y emotiva, son más ignorantes a veces quienes asisten a
los festivales de teatro donde se presentan mamarrachadas financiadas por el
FONCA, que aquellos espectadores que abarrotan ”El Blanquita” para ver a Carmen
Salinas. Y sobre todo porque una de las funciones del artista que no está al
margen de los acontecimientos de su realidad histórica, es educar a la sociedad
o en el peor de los casos compadecerla, pero nunca negarla.
Aunque pienso que el Profesor Germán
Castillo tiene razón respecto al CÓMO, es decir, al mecanismo de las tendencias
contemporáneas del teatro, creo que se equivoca en el POR QUÉ.
1) Lo
poético se encuentra, a veces más y a veces menos, en todas las artes sean
figurativas o no; decir que Edipo de
Sófocles, o Un tranvía llamado deseo,
de Tennessee Williams (hablo del texto dramático no de la representación), es
menos poético que Antes/Después de Roland Schimmelpfennig, sería una torpe
aseveración. La poesía es universal y su libertad es vasta, pero los parámetros
de su estructura lógica están bien delimitados, de allí que intentonas como la “escritura
automática” de los surrealistas nunca funcionó realmente.
2) La
poesía es difícil de abordar, sobre todo en su mecanismo interno, sin embargo,
su esencia es fácil de aprehender, ya que trata de la naturaleza humana y como
tal, el espectador, sea cual sea su procedencia, se identifica en su emoción,
en su intención y en su sentido, como acto significativo natural. El espectador,
instintivamente puede intuir, dada su comprensión innata de lo sublime, la
diferencia entre una idea cursi, un lugar común, un planteamiento o actitud
pretensiosa y un acto poético, es decir, un acontecimiento de la Verdad.
Vuelvo sobre la idea de que la
primera función del arte es conmover, generando así, empatía o antipatía que
habrá de transgredir la naturaleza humana a través de un proceso catártico de
sublimación o destrucción, que va en dos sentidos: el personal y el universal.
Considero que hay que explorar
las tendencias contemporáneas de la escena mundial y nacional, pero asimismo,
hay que volver sobre los clásicos, para determinar en unos tanto en otros, quienes
realmente nos dicen algo y desde dónde; para determinar también, quienes han
sido rebasados por las pretensiones, por el tiempo o por la existencia. Y con
todo habría que comprender que el teatro como la vida, es un acto de
complementación y necesariedad.