18 de octubre de 2014

DISOLUCIONES (Novela por entregas)


CAPÍTULO 4


Big kiss from faraway mexico



Apenas alcanzamos la Avenida principal, el auto se volvió indolente y adquirió una velocidad constante. Al interior de mi mente, las líneas blancas sobre el asfalto se hicieron a un ritmo que le vendría bien al viejo Leonard Cohen. Aburrido de buscar una canción que congeniara con la helada y sórdida postal que era la ciudad a esas horas, me fui quedando en silencio. El viento que entraba por la rendija que había dejado en la ventanilla para que no sé congelara Tennesse, me mantenía en el camino mientras mis piernas y mis brazos se carbonizaban. Calles vacías, negocios cerrados, una vaciedad intranquila -como la que queda después del desfogue- me adormecían.
Parte del frío se me había quedado en el pecho a fuerza de nicotina pero obligado a mantenerme despierto mientras ella dormía, volví a fumar aun cuando las cenizas y las colillas de una cajetilla de cigarros se desbordaban manchándome el pantalón y las botas de tacón italiano; aun cuando apareció esa tos de cuando ha sido demasiado. A través del Rosario colgado en el retrovisor, las luces neón de los autos, en un parpadeo, se convertían en enrojecidas miradas y finalmente en puntos lejanos como los acontecimientos en mi memoria, como colillas desapareciendo velozmente por el costado del auto. Mientras yo me encorvaba sobre el volante, a mi lado Tennesse se metía en el asiento, abrazando sus varias bolsas. Me preguntaba qué podría estar sucediendo detrás de esos parpados, detrás de ese rostro que obligado a una paz momentánea, se había transformado en una paradoja que reflejaba el candor de la vida, la dura realidad de la muerte. Aunque días después con la boca llena de malteada y pan de arándano me diría con esa insolencia inocente que ella no sabía qué era soñar, porque nunca había soñado.

Llegamos al motel alrededor de las cinco de la mañana. La expresión del tipo que nos recibió me hizo consciente del ruido que hacía el desastre que llevábamos por auto y al que ya me había acostumbrado o quizá fuera que me encontraba demasiado agotado como para atender nada más que el cansancio. El tipo que parecía haber salido recién de una granja de desintoxicación, me pasó por alto y despertó a Tennesse con vagas preguntas tratando de descubrir si había llegado allí por voluntad propia; su mirada sin embargo se clavó en las bolsas, se entretuvo en revisar lo que llevábamos dentro del auto. Como toda mujer que se hace respetar, ella respondió dirigiéndose a mí: cariño dile por favor al empleado que se apresure. Con esa altanería que busca suplantar la dignidad me asignó una habitación y no me perdió de vista sino hasta que cerré la puerta de la habitación.

Apenas entramos, sin siquiera abrir los ojos, Tennesse se fue directo hacia la cama, en el camino se deshizo de los tacones, dejó todas las bolsas sobre el suelo a una distancia en que pudiera tocarlos y se metió sin reparos entre las cobijas, como si conociera de sobra el monótono diseño de ese tipo de lugares. Recorrí el sitio con la mirada, apagué las luces, encendí la lámpara de piso y me aseguré de cerrar bien la puerta. Recordé que eso debe hacer uno en los hoteles de paso aunque tuve la sensación de nunca haber visitado un sitio como este. Me recosté al lado de Tennesse, su semblante era dulce y calmado como si no hubiera dormido así en mucho tiempo. Abrió un poco los ojos y me sonrió ligeramente para volver a dormirse. Cómo es que una chica acepta ser fornicada por un pobre diablo entre sábanas y decoraciones hechas específicamente para no significarle nada a nadie. Qué clase de hombre le niega su casa a una mujer mientras ésta no sea una puta callejera. En algún punto, al comentar esto con ella me diría entre risas que para ser un misántropo autodrestructivo resultaba yo bastante delicado.

Tal vez era la pinta del lugar o que me había dado mala espina el tipo de la entrada pero no pude conciliar el sueño aunque era preciso que durmiera unas horas si quería continuar mi camino. La mugre sobre el rostro comenzó a fastidiarme así que me levanté y fui hacia el lavabo para enjuagarme la cara. Me saqué la gabardina y la camisa que para entonces no era más que un trapo macilento. Caí en cuenta que durante toda la noche Tennesse no me había llamado por mi nombre, que era lo bastante amable como para preguntarme en caso de no saberlo y que a mí me avergonzaba aceptar que lo desconocía. Pensé que en mi billetera podría encontrar la respuesta, algún indicio de quién era y qué hacía; algún rastro que me dijera en qué lío del demonio andaba metido como lo presentía. Con la poca luz que llegaba desde la lámpara pude ver en una licencia de conducir, un rostro, un nombre, una dirección, un montón de papelitos y esas cosas que se guardan. Me acerqué al espejo para asegurarme de si se trataba de mí efectivamente. A través de la oscuridad pude por fin ver con calma mi rostro y tuve esa sensación de cuando se encuentra de nuevo a un amigo de la infancia, sin embargo no era yo el de aquella credencial, entonces traté de leer el nombre pero me era prácticamente imposible, alguien debería encender una jodida luz en este chiquero, me dije y esa frase me llevó a pensar que al entrar en el motel no había visto ni una luz encendida además de la improvisada en la cabina de la entrada, fue entonces que escuché sigilosos pasos afuera y me petrifiqué un segundo como sucede con la realidad justo antes de un accidente o de una violenta sacudida de las circunstancias.

Me asomo hacia la puerta de la habitación y la barata perilla de plástico color amarillo comienza a girar lentamente después de que la llave entra, hendidura por hendidura, lentamente en el cerrojo. Dejo la billetera sobre el lavabo, me acerco a la gabardina para tomar del bolsillo interior la Beretta, y silenciosamente me arrodillo justo enfrente de la entrada pero en el muro opuesto. Con toda la suavidad posible corto cartucho y la puerta que ya se abría se detiene un instante para luego azotarse. Una sombra entra y de un salto se echa encima de Tennesse que despierta sobresaltada y en su intento de escapar termina enredada entre las sucias sábanas. La habitación se llena al instante de un fétido olor que es mezcla de axilas sudadas, thinner y cemento amarillo. La segunda sombra apenas pone un pie dentro levanta su brazo izquierdo para hacer destellar una escuadra. Mi vista es mala, más cuando todo es oscuridad y la lámpara está parpadeando en un rincón como una idiota, pero desde hace varios segundos tengo su pecho en la mira, se encuentra a menos de cinco metros de mi posición y en este momento estoy seguro que no hay nada que la divinidad o el mundo pueda hacer para detenerme. Él recorre toda la habitación con el cañón de la pistola esperando encontrarme. Aúlla todo tipo de elaboradas groserías para decirme que no se me ocurra hacer alguna pendejada y que salga de una puta vez porque si no, van a chingarme en serio. Pero lo que no saben es que ellos están aquí no para menoscabar mi voluntad sino precisamente por ella, que todo esta serie de eventos tienen qué ver conmigo y no con ellos. El tipo de la escuadra azota en seco contra el suelo al final de mis cuatro disparos y de inmediato su cuerpo queda pegado a la alfombra barata; su arma se escurre bajo de la cama donde Tennesse patalea y berrea intensamente para no ser aprisionada por la primera sombra que frenéticamente busca al mismo tiempo someterla y bajarse los pantalones para sacarse la verga.

Luego de los primeros disparos, la tercera sombra se congela en el quicio de la puerta y el tipo encima de Tennesse me jura que va a matarme por haber baleado a su hermano, entonces me levanto y mientras él se arrodilla en la cama en un torpe intento por quedar de pie, lo tomo por el cabello y le pego el cañón de mi arma al cuello, la carne se cuece y el olor aún no se ha disipado cuando le meto dos balas en el cuello y una más en el pecho; la sangre brota a chorros manchándome incluso el cabello. Entre mis dedos siento ese pequeño temblor que deja la carne reblandecida por el fuego. Le apunto a la tercera sombra que se aferra a un desarmador en punta y jalo el gatillo hasta darme cuenta de que me he quedado sin balas. El tipo duda un momento y amaga con venírseme encima pero lo detengo arrojándole el arma a la cabeza. Él se agacha y yo de un salto llego hasta donde se encuentra para echármele encima como sucede en las películas de vaqueros. Aquello se convierte en un amasijo de puñetazos y rasguños y así nos incorporamos únicamente para que me levante por las piernas y me azote de espaldas contra el cemento liso del pasillo. Para entonces cada músculo de mi cuerpo está fundido, respirar se me hace complicado y observo cómo el rostro desencajado de una sombra toma impulso para apuñalarme. Todo se devuelve al silencio, todo camino no va a otro sitio sino al final del sendero. Veo un guiño irónico de la muerte en la punta del desarmador que se levanta para tomar impulso. Una detonación sorda. Un salvaje chispazo de magia que abre el amanecer, donde una feroz luna llena se encapricha sobre el firmamento que ilumina los límites de la ciudad que ha sido nuestro universo. La ceniza de las nubes se pinta de rosa por un momento. Las luces de colores que me nublan la mirada comienzan a desaparecer y veo a Tennesse de pie a mi lado, empuñando con fuerza la escuadra que sigue humeando como un espíritu penando en el otoño de esta mañana. A lo lejos las campanas de una iglesia suenan y nos llaman al hogar de los arrepentidos, pero Tennesse, somos lo que somos, el diablo nos ha arrastrado hasta esta circunstancias, tú y yo sabemos que Dios no se preocupa por alejarnos del pecado, que así hemos luchado porque fuera distinto, que entregamos todo, que nos fuimos perdiendo poco a poco, porque así nos dijeron los lobos del hombre que conseguiríamos alcanzar nuestros deseos, pero nunca fue suficiente para ellos y ahora nuestra voluntad se ha entregado a su inercia y ya no podemos solucionarlo, pero tú eres mi reconciliación, eres el esplendo entre la hierba, te has convertido en esa oración a la que se vuelve en los peores momentos de este desprecio por el mundo.


Me levanto con dificultad y le quito el arma de las manos a Tennesse, recogemos nuestras cosas y ella me ayuda a llegar hasta el auto. Nos subimos y atravesamos las calles perjudicadas por el vulgo que nos gobierna. Atravesamos tugurios, bares, prostíbulos de mala muerte, obscenos hoteles y abandonadas plazas. Ella me dice que conoce a alguien cerca, que debiéramos ir allí para asearnos y descansar, porque para entonces el rostro se me ha vuelto una pegajosa plasta de sudor, mugre y sangre. Nos quedamos en silencio y es la primera vez que con ella me siento incómodo, enciendo la radio para cubrir mi imposibilidad de tener una conversación espontánea. La Ciudad de México que es ajena a las perversiones nocturnas está despertando, apenas alcanzamos la Avenida principal, el auto se vuelve indolente a mis órdenes y se mueve por sí sólo, como si supiera a dónde vamos. Al interior de mi mente, las líneas blancas sobre el asfalto entran al ritmo de un misterioso Nick Cave
-Ain't Gonna Rain Anymore.

-¿Qué?-
- Ain't Gonna Rain Anymore, de Nick Cave, es esa canción- me dice Tennesse mientras busca un cigarro en sus varias bolsas. La miro de reojo, todavía se ve asustada pero no parece intranquila. Enciende el cigarro y frente a nosotros cae un rayo gordo y brillante y de inmediato se derrumba el cielo sobre nosotros. El día se ha nublado pero no hace frío y la tormenta me viene bien ahora, para calmarme el alma.
-Conoces a Nick Cave, ¿te gusta su música?-

-No particularmente, pero pienso que es adecuada por… todo esto… ya sabes; las ruinas y el naufragio- me dice señalando a la radio. Le pido un Marlboro y me lo enciende; sus labios quedan marcados en el filtro. Aspiro profundamente aunque me resulta doloroso y mis ojos inyectados se pierden en el blanco resplandor de esta incertidumbre.

UN BREVE Y MORTAL SUEÑO

Novelas para el fin del mundo UN BREVE Y MORTAL SUEÑO (Antonio Mejía Ortiz, México 2019), nos conduce a un viaje a través del alma y la men...