CAPÍTULO 4
Big kiss from faraway mexico
Apenas alcanzamos la Avenida
principal, el auto se volvió indolente y adquirió una velocidad constante. Al
interior de mi mente, las líneas blancas sobre el asfalto se hicieron a un
ritmo que le vendría bien al viejo Leonard Cohen. Aburrido de buscar una
canción que congeniara con la helada y sórdida postal que era la ciudad a esas
horas, me fui quedando en silencio. El viento que entraba por la rendija que
había dejado en la ventanilla para que no sé congelara Tennesse, me mantenía en
el camino mientras mis piernas y mis brazos se carbonizaban. Calles vacías,
negocios cerrados, una vaciedad intranquila -como la que queda después del
desfogue- me adormecían.
Parte del frío se me había
quedado en el pecho a fuerza de nicotina pero obligado a mantenerme despierto
mientras ella dormía, volví a fumar aun cuando las cenizas y las colillas de
una cajetilla de cigarros se desbordaban manchándome el pantalón y las botas de
tacón italiano; aun cuando apareció esa tos de cuando ha sido demasiado. A
través del Rosario colgado en el retrovisor, las luces neón de los autos, en un
parpadeo, se convertían en enrojecidas miradas y finalmente en puntos lejanos
como los acontecimientos en mi memoria, como colillas desapareciendo velozmente
por el costado del auto. Mientras yo me encorvaba sobre el volante, a mi lado
Tennesse se metía en el asiento, abrazando sus varias bolsas. Me preguntaba qué
podría estar sucediendo detrás de esos parpados, detrás de ese rostro que
obligado a una paz momentánea, se había transformado en una paradoja que
reflejaba el candor de la vida, la dura realidad de la muerte. Aunque días
después con la boca llena de malteada y pan de arándano me diría con esa insolencia
inocente que ella no sabía qué era soñar, porque nunca había soñado.
Llegamos al motel alrededor de
las cinco de la mañana. La expresión del tipo que nos recibió me hizo
consciente del ruido que hacía el desastre que llevábamos por auto y al que ya
me había acostumbrado o quizá fuera que me encontraba demasiado agotado como
para atender nada más que el cansancio. El tipo que parecía haber salido recién
de una granja de desintoxicación, me pasó por alto y despertó a Tennesse con
vagas preguntas tratando de descubrir si había llegado allí por voluntad propia;
su mirada sin embargo se clavó en las bolsas, se entretuvo en revisar lo que
llevábamos dentro del auto. Como toda mujer que se hace respetar, ella
respondió dirigiéndose a mí: cariño dile por favor al empleado que se apresure.
Con esa altanería que busca suplantar la dignidad me asignó una habitación y no
me perdió de vista sino hasta que cerré la puerta de la habitación.
Apenas entramos, sin siquiera
abrir los ojos, Tennesse se fue directo hacia la cama, en el camino se deshizo
de los tacones, dejó todas las bolsas sobre el suelo a una distancia en que pudiera
tocarlos y se metió sin reparos entre las cobijas, como si conociera de sobra
el monótono diseño de ese tipo de lugares. Recorrí el sitio con la mirada,
apagué las luces, encendí la lámpara de piso y me aseguré de cerrar bien la
puerta. Recordé que eso debe hacer uno en los hoteles de paso aunque tuve la
sensación de nunca haber visitado un sitio como este. Me recosté al lado de
Tennesse, su semblante era dulce y calmado como si no hubiera dormido así en
mucho tiempo. Abrió un poco los ojos y me sonrió ligeramente para volver a
dormirse. Cómo es que una chica acepta ser fornicada por un pobre diablo entre
sábanas y decoraciones hechas específicamente para no significarle nada a
nadie. Qué clase de hombre le niega su casa a una mujer mientras ésta no sea
una puta callejera. En algún punto, al comentar esto con ella me diría entre
risas que para ser un misántropo autodrestructivo resultaba yo bastante delicado.
Tal vez era la pinta del lugar
o que me había dado mala espina el tipo de la entrada pero no pude conciliar el
sueño aunque era preciso que durmiera unas horas si quería continuar mi camino.
La mugre sobre el rostro comenzó a fastidiarme así que me levanté y fui hacia
el lavabo para enjuagarme la cara. Me saqué la gabardina y la camisa que para
entonces no era más que un trapo macilento. Caí en cuenta que durante toda la
noche Tennesse no me había llamado por mi nombre, que era lo bastante amable
como para preguntarme en caso de no saberlo y que a mí me avergonzaba aceptar
que lo desconocía. Pensé que en mi billetera podría encontrar la respuesta, algún
indicio de quién era y qué hacía; algún rastro que me dijera en qué lío del
demonio andaba metido como lo presentía. Con la poca luz que llegaba desde la
lámpara pude ver en una licencia de conducir, un rostro, un nombre, una
dirección, un montón de papelitos y esas cosas que se guardan. Me acerqué al
espejo para asegurarme de si se trataba de mí efectivamente. A través de la
oscuridad pude por fin ver con calma mi rostro y tuve esa sensación de cuando
se encuentra de nuevo a un amigo de la infancia, sin embargo no era yo el de
aquella credencial, entonces traté de leer el nombre pero me era prácticamente
imposible, alguien debería encender una jodida luz en este chiquero, me dije y
esa frase me llevó a pensar que al entrar en el motel no había visto ni una luz
encendida además de la improvisada en la cabina de la entrada, fue entonces que
escuché sigilosos pasos afuera y me petrifiqué un segundo como sucede con la
realidad justo antes de un accidente o de una violenta sacudida de las
circunstancias.
Me asomo hacia la puerta de la
habitación y la barata perilla de plástico color amarillo comienza a girar
lentamente después de que la llave entra, hendidura por hendidura, lentamente
en el cerrojo. Dejo la billetera sobre el lavabo, me acerco a la gabardina para
tomar del bolsillo interior la Beretta, y silenciosamente me arrodillo justo
enfrente de la entrada pero en el muro opuesto. Con toda la suavidad posible
corto cartucho y la puerta que ya se abría se detiene un instante para luego
azotarse. Una sombra entra y de un salto se echa encima de Tennesse que despierta
sobresaltada y en su intento de escapar termina enredada entre las sucias
sábanas. La habitación se llena al instante de un fétido olor que es mezcla de
axilas sudadas, thinner y cemento amarillo. La segunda sombra apenas pone un
pie dentro levanta su brazo izquierdo para hacer destellar una escuadra. Mi
vista es mala, más cuando todo es oscuridad y la lámpara está parpadeando en un
rincón como una idiota, pero desde hace varios segundos tengo su pecho en la
mira, se encuentra a menos de cinco metros de mi posición y en este momento
estoy seguro que no hay nada que la divinidad o el mundo pueda hacer para
detenerme. Él recorre toda la habitación con el cañón de la pistola esperando
encontrarme. Aúlla todo tipo de elaboradas groserías para decirme que no se me
ocurra hacer alguna pendejada y que salga de una puta vez porque si no, van a
chingarme en serio. Pero lo que no saben es que ellos están aquí no para
menoscabar mi voluntad sino precisamente por ella, que todo esta serie de
eventos tienen qué ver conmigo y no con ellos. El tipo de la escuadra azota en
seco contra el suelo al final de mis cuatro disparos y de inmediato su cuerpo
queda pegado a la alfombra barata; su arma se escurre bajo de la cama donde
Tennesse patalea y berrea intensamente para no ser aprisionada por la primera
sombra que frenéticamente busca al mismo tiempo someterla y bajarse los
pantalones para sacarse la verga.
Luego de los primeros
disparos, la tercera sombra se congela en el quicio de la puerta y el tipo encima
de Tennesse me jura que va a matarme por haber baleado a su hermano, entonces
me levanto y mientras él se arrodilla en la cama en un torpe intento por quedar
de pie, lo tomo por el cabello y le pego el cañón de mi arma al cuello, la
carne se cuece y el olor aún no se ha disipado cuando le meto dos balas en el
cuello y una más en el pecho; la sangre brota a chorros manchándome incluso el
cabello. Entre mis dedos siento ese pequeño temblor que deja la carne reblandecida
por el fuego. Le apunto a la tercera sombra que se aferra a un desarmador en
punta y jalo el gatillo hasta darme cuenta de que me he quedado sin balas. El
tipo duda un momento y amaga con venírseme encima pero lo detengo arrojándole
el arma a la cabeza. Él se agacha y yo de un salto llego hasta donde se
encuentra para echármele encima como sucede en las películas de vaqueros.
Aquello se convierte en un amasijo de puñetazos y rasguños y así nos
incorporamos únicamente para que me levante por las piernas y me azote de
espaldas contra el cemento liso del pasillo. Para entonces cada músculo de mi
cuerpo está fundido, respirar se me hace complicado y observo cómo el rostro
desencajado de una sombra toma impulso para apuñalarme. Todo se devuelve al
silencio, todo camino no va a otro sitio sino al final del sendero. Veo un
guiño irónico de la muerte en la punta del desarmador que se levanta para tomar
impulso. Una detonación sorda. Un salvaje chispazo de magia que abre el
amanecer, donde una feroz luna llena se encapricha sobre el firmamento que
ilumina los límites de la ciudad que ha sido nuestro universo. La ceniza de las
nubes se pinta de rosa por un momento. Las luces de colores que me nublan la
mirada comienzan a desaparecer y veo a Tennesse de pie a mi lado, empuñando con
fuerza la escuadra que sigue humeando como un espíritu penando en el otoño de
esta mañana. A lo lejos las campanas de una iglesia suenan y nos llaman al
hogar de los arrepentidos, pero Tennesse, somos lo que somos, el diablo nos ha
arrastrado hasta esta circunstancias, tú y yo sabemos que Dios no se preocupa
por alejarnos del pecado, que así hemos luchado porque fuera distinto, que
entregamos todo, que nos fuimos perdiendo poco a poco, porque así nos dijeron los
lobos del hombre que conseguiríamos alcanzar nuestros deseos, pero nunca fue
suficiente para ellos y ahora nuestra voluntad se ha entregado a su inercia y ya
no podemos solucionarlo, pero tú eres mi reconciliación, eres el esplendo entre
la hierba, te has convertido en esa oración a la que se vuelve en los peores
momentos de este desprecio por el mundo.
Me levanto con dificultad y le
quito el arma de las manos a Tennesse, recogemos nuestras cosas y ella me ayuda
a llegar hasta el auto. Nos subimos y atravesamos las calles perjudicadas por
el vulgo que nos gobierna. Atravesamos tugurios, bares, prostíbulos de mala
muerte, obscenos hoteles y abandonadas plazas. Ella me dice que conoce a
alguien cerca, que debiéramos ir allí para asearnos y descansar, porque para entonces
el rostro se me ha vuelto una pegajosa plasta de sudor, mugre y sangre. Nos
quedamos en silencio y es la primera vez que con ella me siento incómodo,
enciendo la radio para cubrir mi imposibilidad de tener una conversación
espontánea. La Ciudad de México que es ajena a las perversiones nocturnas está
despertando, apenas alcanzamos la Avenida principal, el auto se vuelve
indolente a mis órdenes y se mueve por sí sólo, como si supiera a dónde vamos.
Al interior de mi mente, las líneas blancas sobre el asfalto entran al ritmo de
un misterioso Nick Cave
-Ain't Gonna Rain Anymore.
-¿Qué?-
- Ain't Gonna Rain Anymore, de Nick Cave, es esa canción- me dice
Tennesse mientras busca un cigarro en sus varias bolsas. La miro de reojo, todavía
se ve asustada pero no parece intranquila. Enciende el cigarro y frente a
nosotros cae un rayo gordo y brillante y de inmediato se derrumba el cielo
sobre nosotros. El día se ha nublado pero no hace frío y la tormenta me viene
bien ahora, para calmarme el alma.
-Conoces a Nick Cave, ¿te
gusta su música?-
-No particularmente, pero
pienso que es adecuada por… todo esto… ya sabes; las ruinas y el naufragio- me
dice señalando a la radio. Le pido un Marlboro y me lo enciende; sus labios
quedan marcados en el filtro. Aspiro profundamente aunque me resulta doloroso y
mis ojos inyectados se pierden en el blanco resplandor de esta incertidumbre.