14 de diciembre de 2011

ESTE VIEJO ZAPATO SUCIO

Este viejo zapato nunca ha querido quedarse a mi lado,
se desabrocha o se pierde bajo la cama
y aunque pase días enteros buscando,
entre el polvo y los objetos olvidados,
no lo encuentro a menos que le tienda una trampa.
Desatado y roto, se le vuelve imposible para el zapatero
¿A dónde irás viejo zapato sucio cuando por fin
te hayas liberado?
¿A dónde irás viejo zapato sucio cuando tu imagen
se esconda entre las cenizas de mi memoria,
y tu piel ya no resista mis pasos
y tu corte se haya deformado
y tu estilo haya envejecido,
cuando tu cordón esté deshilachado
y tengas mas agujeros que color?
¿Quién querrá escuchar las historias de tu zuela?:
Aquellos lugares mágicos donde estuviste,
aquellos a los que desearías regresar.
Y ya que nunca más volveremos a vernos,
cuando te encuentres junto a un montón de
cosas huérfanas o abandonadas
y te halles lejos de tu par,
recuerda que alguna vez hubo un pie que te buscaba
para caminar a tientas a través de la oscuridad.

A. M.

2 de noviembre de 2011

Poema 16


Me sublevo ante la forma, al margen del tiempo;
mi atemporal figura es blanca y soberbia.
La vocal de mis ojos es verde lo mismo que mi belleza:
espigada tinta impregnada en la sombra,
que dibujó mi retina con un dulce sabor corrosivo.
En la ciudad de mi piel, tus labios son un vórtice
donde las presas van en desbandada por mi
lengua vagabunda.
Me acerco al abismo con sádica terquedad
y voy a la caída con tierno rencor burgués.

19 de septiembre de 2011

CUENTO: Fractura Estructural

¿Quién detendrá la piedra que viaja hacia la ventana?, pesada como si fuera un cúmulo de plomo, ligera como un ave de rapiña. Maliciosa y astuta a la fragilidad del momento. El tiempo transcurre, todas las nubes arriba, que piensan: ya se quiebra, ya se revienta. Y la piedra ara el viento, siembra el caos en semillas pequeñas, irreconocibles como los cristales del vidrio que se esparce. Es la acción de la masa sobre el espacio, transcurre con el tiempo, perdido como el límite del universo; es la revelación del microcosmos en el flujo cósmico del infinito. Todo fluye y sin embargo permanece, aquí, en este momento en que la piedra, se extasía con los vidrios, abre cada uno de sus poros, los desgarra, forma parte suya, destroza la membrana que sostiene el equilibrio del cual se conforman las cosas. También la piedra que lo siente y bufa su polvo estelar que desconoce y penetra, fácil, ágil como la flecha que atraviesa tierna carne; y no se rompe sólo el vidrio, escurre por la barda que se pinta del color de la fractura y entonces la pureza del material se desconoce ante esta insaciable necesidad de la culpa. Lo he dicho, no es la ventana que ya es hilo de vergüenza descarada, es el marco que también se resquebraja y fluye con la fractura. El metal que se tuerce, lamina que se dobla frente al sabor de lo que se corrompe. Viaja la piedra en su andar de parábola y las columnas que sostienen el marco por donde ha durado la ruptura, del mismo modo se abren, igual sus columnas a su esqueleto, se dobla, retrayéndose hasta los ángulos en movimiento, esos lugares rincones inéditos donde la ausencia solar mantiene frescas las telarañas y el polvo se queda quieto al sentir a las sombras lamer la sal de los tiempos prístinos. Y sigue su camino aquel rayo oscuro que va dejando nada, que sustituye al trueno con el polvo de sus ladrillos. La piedra se limpia de rayones falsos y en su eterno lapso, huérfano de principio, ausente de muerte, mira los cuadros, las manchas, protuberancias, accidentes cualesquiera que resbalan en lamidas momentáneas y más adentro, en el interior del esqueleto, entre los muros y se quebranta, corre la sangre desde los ladrillos, golpea en su trance interno, el palpitar que con intensidad se abulta en derredor del calor de los focos aún encendidos y los objetos parecen, parte por parte, desmembrarse. Una sensación de que las cosas se funden con el viaje de la piedra impregna los cuerpos. Afuera árboles y nubes se vuelven tierra, forman ahora gran parte del estruendo que regresa a los oídos y luego un silencio de suspenso, en donde nada más que la piedra, al caer fragmenta el mosaico de la casa, se escucha. Y luego sigue la suela de un zapato que se derrite mezclándose con el sudor que han bebido los calcetines. Humo de carne quemada, hueso ceniciento, uñas separadas, tendones, tejidos, músculos arrugándose prematuramente; es una rodilla quien logra ver su contracara y sin embargo sube por dentro de las piernas, pasional y angustiante, blando dolor de entrepiernas que se regalan, de arco que se tensa, de nalgas aplastadas por la luz que aún llega y se queda y rocía, velo dactilar, savia recalcitrante, fractura primera que se parte ante la presencia del tabique, que deja escapar su olor a fuego sin color, inmarcesible y avanza, diminuta, dominante, baba invisible que se apodera de la sangre y la trabaja lento y no es lo mismo que la cintura se doblegue con esa fuerza, a que se deje doblegar, sin fuerza, con fuerza, no importa, porque es la decisión lo que vale cuando la grieta sube y apuñala el ombligo, soltando de pronto los recuerdos de una madre, de un padre, de un quizá y de un luego, de un ahora que no se cumple porque no es nuestro, porque no, porque se doblega. Es la piedra pero no ahora la que avanza, es su fuerza, su inercia la que nos arrastra, furia contenida que no se detiene, imperturbable, que antes araño el vientre y ahora el pecho, cada pezón de manera distinta. Piedra que se eterniza y estruja las costillas, las hace polvo, toma las armas del cuerpo para quebrantar el corazón y arrinconar los quejidos en la garganta como a los insectos en un vaso de licor, y verlos ahogarse en la fractura de la quijada, apolillados los dientes, desgarrada cada papila de la lengua, reunidos cadáveres en las fosas, hasta donde los ojos hacen ruta, caricias hondas en el cráneo, ultrajado cada relieve del cerebro, neuronas succionadas, como las orugas a las larvas en tiempos de crecimiento y regresa, busca, hay, encuentra, se filtra, humedad venenosa, pulmones insuficientes, ramificaciones de piedra que se devuelven y concentran en los brazos sin llegar a las manos. Sólo una, es una, no hay más, sólo una y eso es todo, por donde baja la grieta que se apoya en la palma, deletrea las líneas, los secretos, la identidad y nada, porque toma un dedo, que hace escurrir tinta de las palabras escritas en el papel. La pluma gotea, también se escurre y en la hoja nada más que manchas, letras derretidas, signos alcanzados por la piedra; pero ya no es la piedra, es la grieta de su movimiento la que perdura y llega hasta la hoja y no se detiene, brama y se encaja en un dedo de los varios, que en este momento, sostienen la hoja que la contiene.

4 de agosto de 2011

Poema de cumpleaños

Desprecio cualquier lazo que me una
a la infamia de las antiguas generaciones
que conforman mi familia.
Sin humo sobre el espejo, me doy cuenta
de que mis ojos se perdieron
en vagas imágenes de pusilánimes glorias,
repentinas y robadas.
Sé lo que digo y no puedo alejarme
lo suficiente de esa marca originaria.
Podríamos intentar reconstruirlo encendiendo un beso,
pero aún quedarías intranquila en una tarde necesitada.
No eres demasiado tiempo
ni demasiada esperanza.
Tu cuerpo cabe en mi cuerpo
y esto ya es mejor que mi destino.
Soy como un león amaestrado,
tengo el rencor del siervo y el orgullo del amo;
pero tus ojos expanden mi horizonte
como un violento látigo de aire y agua,
que golpea la roca de la nostalgia infértil.
Vendrás de nuevo a mi cama,
a la mirada de niño que tengo,
y ya no habrán cuerpos en las paredes,
ni alas en las almohadas.
Las palabras, igual que los besos,
se quedarán en las grietas,
como la humedad y ese olor a viejo;
y esto será un designio más que una súplica.

13 de julio de 2011

Sentidos

I
Moebius enamorado


Te dije. Con otra manera de llamarte. Un nombre que es distinto a los nombres habituales. Una forma que es todas las formas. Déjame escribirte. Aprender a deletrearte. Escúchame decirlo. Alguna vez lo hice y un suspiro no basta.
Te digo. Y de nuevo comienzo, cada vez que lo he dicho. Eres siempre distinta. Un signo verde atrapado a veces en otros colores. Te digo, con toda la extrañeza de tu orgullo indiferente. Vuelvo a decirte y vienen días, fechas, estaciones, donde recuerdo haberte visto. Eres cinta de Moebius que me hace cuerpo de tu nombre en eterno movimiento.
Te diré. No terminará mi voz de nombrarte. No terminará mi respiración de tenerte. Serás en mi aliento, inmarcesible susurro que no sale de mi boca, para que de alguna forma te quedes en mis labios.


II

Soledad escucha


Puedo reconocer la distancia cuando cierro los ojos,
acústicas y resonancias preñan mis oídos de curiosidades;
rústicas melodías son delineadas por tu suave nota,
atravesadas por la esencia del sonido que rehace tu cuerpo.

Me pierdo y en mis orejas anidan palomas mensajeras,
armonías sensuales, que vienen de tus tierras donde los cuerpos son,
retumbos de nostalgia, coros que te mencionan en sus cantos;
te escucho y regresa el eco de esta voz, para desaparecer en mi ciudad,
hecha de tímpano y vibraciones, de martillo y claves y también
alabanzas de mi soledad, que de sonar ahogadas, se desangran.


III

Mirada darwinian
a

No es que mire, porque no lo hago. Sólo atrapo imágenes para que se las coma el cerebro, como se atrapan las mariposas con las redes o los insectos que se coleccionan. Como se atrapan las moscas, quemándolas en el instante. Cada cual tiene trayectorias definidas y un código asignado, para no perderse en la naturaleza abstracta y dura del pensamiento, cada vez que se agitan cuando un entramado o un impulso les alude.

Pero una vez asimilado es imposible no durar. Cada ventisca de restos imaginativos o cada oleada de vacío, les degrada. Observo, definitivamente observo cada detalle, cada diminuta fractura en la línea. Cómo los colores cambian su forma, pierden su nombre y se mezclan con nuevos elementos para crear especies que no me atrevo a reconocer y mucho menos a dejar en libertad.


IV

Tacto adentro


Tacto adentro palpitan mis dedos, signos en movimiento con los que trato de saber, reconocer y refigurarte. Cada parte tuya serás tú, igual que la suma de todas quienes eres y has sido. No existe nada más que esta metáfora del instante, es decir:

Mis yemas, que son mis dedos. Mis dedos que son mi piel. Mi piel reblandecida que te hace como yo te quiero. Justo a la medida de mi contacto, mujer que yo deseo, de quien estoy enamorado. Extensa como el universo, pequeña como tu cuerpo; expandida y contraída como la piel del tiempo.

Tienes todas las edades que mi tacto lee cuando se escurre por tu cuerpo encrespado. Apenas delineo con el último dedo la curva de tu cintura, alargada casi como tu espalda. Puedo reconocer las tiernas y blandas arrugas de tu edad más secreta que aprendió a querer y también, tu sórdido corazón más profundo que el secreto de quien te enseñó cómo abandonarte al amor.


V

Llena de ti


El baño de tu casa que se contagia con el agua tibia de su regadera y hace resbalar días neutros enjabonados. Las sombras de tus ojos, el color de tus pestañas donde se percibe tu humor acuoso, manchado de sangre ordinaria, como el perfume que te esconde. Tu nariz de cuarzo. Tus brazos lacios como las mentiras que nos precedían. Tus brazos hartos de minúsculos pantano cremosos, poros y crema donde no terminé de perderme.

Tu cuello escuálido como las caricias, y el vapor salado y penetrante de tu sudor. Tus senos de leche bronca y buenos tiempos, de pasado que esconde una verdad sin fragancia, a causa de un engaño que huele a saciedad y mejores días, los mejores días, en un mundo raro que no encontró sabor, ni sonido, ni gusto o tacto en su aroma.

Tu cintura de calor y cansancio, tus caderas largas como el olor de un vaso lleno de tinto donde se ha caído un cigarro. Tus piernas abiertas, tus muslos sin venas, tus pies que le pertenecían a mi espalda; y tu sangre aceitosa en la transpiración de las tardes, cuando nos permitíamos olernos como hacen los animales, para no olvidarse nunca.

Todo eres tú. Tú que eres olor y que eres idéntica a ti misma. Tú misma que soy yo. Yo que sólo soy percepción multisensorial, percepción que no puede ser sino memoria de nuestro deseo, costumbre de las circunstancias y aroma que no envejece. El aroma que no se pierde, materia prima del recuerdo.

14 de junio de 2011

Tu forma

Para B.P.

Tampoco se te quita esa forma de los dientes
aunque pienses que has cambiado;
la mirada que atraviesa las intenciones
ni la piel blanda y dulce de tus senos
y tus labios como tus pezones, pequeños y definitivos:
formas en que el amor renace con la contemplación.
Evoco las ganas y el placer de sentirte viva aunque errada;
imaginaste la existencia como un descubrimiento
del desprecio mutuo y la decencia pusilánime.
Te resistías al origen del carácter como
una perra embustera y por eso te he querido siempre.
Sabías qué juego te acomodaba para ganar,
sabías tus sensaciones y cuándo ibas a dejarme y
cómo no podía realmente hacer nada.
Ahora mismo te necesito y así lo digo
con las palabras más pedestres del imaginario,
pero me sirven, me funcionan, como alguna vez
el ladrido de los perros acompañando nuestros ajetreos
y como fue el vino y las sombras,
las palabras ausentes en la borrachera,
el "de veras te quiero" cuando nos amábamos;
por eso tenías que hacerte lejana, a través de mí
y no desde mí, no conmigo.
Sin embargo nunca perdiste los besos delgados,
ni esa caída en tu nariz ni tus pechos tan grandes
como la necesidad en el mundo,
tus senos de madrugada soñolienta,
tus senos de calor en la sustancia,
tus senos de soledad amordazada,
tus senos de estambre y terciopelo,
de playa desnuda y mojada,
tus senos de tarde en la espera,
tus senos de tinta pálida derramada,
tus senos de fin de mundo y amigo solitario y
malidecente al final del tiempo,
tus senos de blanco amanecer insomne,
tus senos de tumulto enardecido,
tus senos igual que tu boca: tu boca de algodón
y el filo endeble de tus brazos sin color;
y tu manera de lograr lo que deseaste
aunque algunas cosas fueron tonterías;
en una pequeña cima del mundo despreciándonos a todos,
eligiéndonos, tan iguales como siempre.
Con tu sincera amistad que nadie necesitaba
y tu vida desintegrada a causa de la sonrisa
que te llenaba la cara.
Y mis manos a través de tu juventud mojada y virgen
como tu piel de papel cebolla
¡Cuántas ganas de destruirte en un beso, que dosificaste
con tus manera limpias y la levedad acariciatoria
de tus dedos! El punto luminoso y etéreo sobre tu ojo:
precipicio donde se oculta la flor de fuego;
y el perfecto nudo de tu lengua siempre agitada,
obligada a la mesura. Pero tu calor no cambia,
tu calor que lleno las líneas de mis manos
con secretas escrituras de un destino que
quisieron moldear los idealistas cursis del amor eterno,
cuando pensamos en arrojarlo al abismo para que lo incendiara
y calentara la tierra frígida de nuestras emociones.
Se detuvo tu sangre y se contrajeron tus órganos
en el espacio vacío cuando te llenaste de lindas trivialidades,
de horas en los sitios de moda, como hacen las chicas de ciudad
y te olvidaste de todo y te llenaste de mustias amistades
para no escuchar eso que te arañaba las piernas y el vientre
y te reventaba la mirada porque sabías que ellos
querían de ti nada más que a ellos mismos.
A pesar de todo, seguirá tu piel intacta como tus senos
adormecidos y tus pezones inconmovibles hasta mi regreso;
tus labios tiernos y despiadados en la piel del suspenso
y tu voz como tus pasos que serán tu forma.

17 de abril de 2011

De la novela: Un breve y mortal sueño

Pensar en ti, creer en ti, saber de ti y saber que existes más allá del entendimiento de tu existencia, y que así he podido levantarme de esta muerte enamorada de sí. De toda esa esterilidad del sentimiento y la descomposición de abismos en la mirada. Ser de ti, ser en ti, abandonarme en la distancia de ti, en el rumor de que, en algún “tal vez”, me viste buscar, encontrar, hallarte, esperar, encontrar, presentirlo, mirarte y sorprenderme en tu aparición inesperada, en tu desaparición inalcanzable. Sola, acompañada, en los pasillos, en las aulas, en el tiempo, en la espera, las horas y los días, sentada frente a mí, tan quieta y lejana, como inaudita, ahíta, riendo, sonriendo, seria, apresurada; y yo de todas las formas posibles en las que un hombre puede ver a una mujer, pero sobre todo pasmado, ignorado, expuesto, hecho un manojo de confusión entre tus sonrisas tiernas. Y tú eres una mujer tan mujer y tan real, limpia de vulgaridades. Te miro y encuentro en ti el secreto de las cosas y aquella iluminación que necesita la vida para renacer cada día, el aroma del silencio, la claridad entre las sombras que persiguen al mundo. Soñar contigo, andar contigo repartida entre mi razón y mis latidos y el ritmo de tus pasos, cerca de mí, lejos de mí, ausente, presente en la distancia, solitarios, inaccesibles y escritos en el cuerpo de los atardeceres y las lluvias, en la melancolía de los días y los soles, en el alma de las cosas hechas a semejanza de tu alma tan lejana de frivolidades. Concebirte en el silencio donde crece tu belleza, en el silencio donde mi voluntad se ha entregado a tu serenidad que no apresura consecuencias. Y puede ser que algún día, antes de encontrarnos por fin, definitivamente, me viste, en algún rincón, acariciando la eternidad marcada con el paso de tu figura, a la sombra de un anhelo que he escogido, que deseo y que fuera tu nombre y la figura de tus labios y tu piel igual que tu cabello y también tu mirada, con tus ojos que me reconocen y que me olvidan, me desconocen y quizá me habrán pensado un instante. Y yo soy todos los hombres que he sido, como todos ellos te miraron y enamorados e incrédulos, creyeron en que la duda se estaba resolviendo. Un amor y un beso, hechos del tiempo en que nos buscamos y creía que te pensaba y te sentía, pero aquí dentro, era demasiado tarde porque ya te encontrabas expandida, creciendo y me preguntaba, cuándo, cómo, en qué lugar del misterio de las horas te conocería, te podría ver claramente, para tomarte, en realidad tomarte sin que te deshicieras en signos y conceptos como las cosas, y sólo para quitarme esta urgencia de ser de ti, de ser en ti, abandonado, contrito, en tus manos, en tu palabra, tu fuego en que me consumo, con estas pupilas necesitadas de tu cintura y estos pies que buscan el camino por donde has pasado para llegar a ti; porque siempre me he sentido muy demorado contigo, muy dentro de esta eternidad fastidiosamente callada, tan improbable y desgarradora. Creces dentro de mí, te expandes en mí, me habitas, tan honda como la duda, como el espacio secreto e insondable de tu corazón, tan honda como la herida de tu ausencia, tan honda como esa antigua más que necesidad de conocerte, tan honda como tu perverso deseo ominoso.

Tomado de la novela: Un brreve y mortal sueño
Por Antonio Mejía

9 de febrero de 2011

Poesía

9

Puedo viajar sin conocerme, sin dar aviso,
vagar como hace el cuervo…
de nuevo he llegado perdido y deshecho,
sin límites sociales,
ni tiempos para la estructura,
ni conocimientos valorables.
Prefiero el recuerdo
a la necesidad del tiempo.
No puedo ver silencio donde hay silencio;
genero lugares, acabo sentimientos.
Puedes ser la flor
y en la flor
¿Puedes ver la flor?


15

Cuando empezó el sueño
no pude decir: Creo en él.
Múltiples imágenes vienen a mi mente,
los besos en que deseaba que estuvieras.
Tengo un momento para reflexionar e
imaginarme oscuro,
alejado de la tierra y el cielo.
Tengo un momento para decir que
ésta no es mi patria,
y que el suelo pisado, como tu corazón,
no me pertenecen.
Tengo un recuerdo constante del futuro.
Ni siquiera puedo imaginar
el cuerpo sin espíritu o viceversa,
porque lo encuentro encarnado
en los huesos, los músculos, la piel,
viajando con la sangre.
Las noches me duelen, esas que antes fueran
sólo noches: un cigarro y una cama.
Quiero irme, quiero aprender a leer
los versículos que desconozco,
quiero mantenerme vivo, sentir como
se despereza mi existencia,
como se acaban los vicios y regreso
a ese estado de virginidad primigenia,
necesito sentir que corre en mí
el silencio del amor ausente,
las ganas de jalar aire, comprobar
que en verdad sirve, que no es
manía aprehendida con el tiempo.
Quiero volar para saber andar por la tierra,
que las costillas se extiendan,
las alas se doblen, porque no es suficiente
un lugar al cual llegar o un destino.
Hace falta una ideología, no como tal,
una propia, que al fin será parte
de esa filosofía de la energía
que mueve el mundo, que se mueve
por debajo del mundo y espera
un momento para transformarse.
Yo quiero ser distinto,
porque éste que soy me jode.

Lupe


LUPE

Juan despierta muy temprano todas las mañanas. Lo primero que ve, es un reloj viejo comprado al abonero en aquellos tiempos en que la vecindad era algo más que un lecho de perversiones y paredes húmedas. Aunque las manecillas recorren los minutos con pesar, nunca se ha atrasado. Juan piensa que el reloj se le parece: viejo pero de buena madera. Mira el techo de su habitación que está a punto de caerse. Las figuras de las grietas le muestran las imágenes que se agitan en su imaginación. Se talla los ojos y pasa las manos por su rostro grasiento como si limpiara su mente. Luego de levantarse abre una pequeña ventana por donde puede observar el patio de la vecindad, rodeado de antiguas piezas casi derruidas, habitadas por  familias que viven bajo amenaza de ser lanzados. La portera les dice que deberían organizarse pues no tardan en lanzarlos, pero Juan sabe que es mentira, en ese rincón de la ciudad hasta el destino los ha olvidado.
Mira a los niños sucios y hambrientos jugando en los charcos de agua que caen de los lavaderos. Allí se encuentra Lupe colgando varias sábanas percudidas en los tendederos comunitarios. Hace varios años que abandonó la escuela, dice su mamá que le hacen burlan. Juan le observa detenidamente la cintura.
-Ya está en la pubertad. Siempre ha tenido sus nalguitas, bonitas, chiquitas- piensa Juan mientras se rasura frente a un pedazo de espejo-antes venía a sentarse en mis piernas, cuando vendía gelatinas-. Se moja la cara con agua del lavabo, se viste, toma su bote de gelatinas y sale hacia las escaleras. Cierra con un candado, pues el cerrojo hace varios años que no funciona, baja hacia el patio y pasa por los lavaderos para encontrarse a Lupe.
-Al rato vas a mi casa por gelatinas, cuando regrese-. Le dice, deslizando su mano a través de su breve cintura hasta sus nalgas.  Lupe sonríe con una ridícula coquetería aprendida en las telenovelas que ve todas las tardes y aprieta sutilmente el brazo de Juan, con una tierna verdad que lo estremece.
-Ándale ya vete, no te vaya a regañar tu mamá- dice Juan y Lupe con la mirada al suelo se acerca a él para regalarle un beso fugaz en los labios. Luego se marcha apresuradamente con el rostro coloreado por la vergüenza propia de un violento deseo prohibido, un deseo incontenible. Juan sonríe, levanta su bote y camina hacia el lugar donde todas las mañanas, desde hace veinte años vende sus gelatina. Sin embargo, algo en el rostro de las personas o en la geometría de las calles, le revelaba el presentimiento de que su vida se hallaba en el límite de una circunstancia que había esperado con paciente ansiedad.
Horas más tarde, sentado en la miserable cantina de costumbre, mientras se bebía un tercer “chingadazo” de mezcal, vio en la humedad de las paredes, el largo e inquieto cabello de Lupe sobre la almohada y una imagen vívida se apoderó de sus pensamientos: la desnudez de ese cuerpo casi adolescente, moreno y quemado por el sol, agitándose entre las sábanas de su cama. En su fantasía, saboreaba con cada trago, la sal en los pezones, el dibujo de los muslos tensos y el vaho de cada gemido corto; el sopor en esa piel joven: los sudores mezclados con los aromas agrios. Imaginó su miembro hinchado entrando en el aceitoso calor de Lupe, abriendo, resquebrajado su casta voluntad de amar. Lo veía todo claramente y no quería hacerlo pero no lograba hilar una idea diferente. Se limpió la grasa del rostro y sólo la brusca palmada en la espalda de un viejo amigo pudo sacarlo del trance. Luego de saludarse, bebieron un rato  juntos.
-Oye, qué te pasa, estás transparente-
-Nada, nada, es que tengo un negocito y ya tengo que irme-. Juan sonrió ladino.
-¿Ah sí, y cuántos años tiene tú negocito?- Pregunta el amigo de la misma manera
-Ya está en edad, ya está en edad-.
-Te pueden chingar-. Dice advirtiendo.
-No, está bien-. Contesta Juan, más relajado.
-Pues échate otra para las fuerzas y suerte-. Dice con lujuria el amigo. Se toman una más y Juan sale apresurado.
Cuando llega a la vecindad, el alumbrado público se ha prendido totalmente. Mira el reloj, no es tan tarde. Entra hasta el fondo. Donde se encuentra su casa está totalmente a oscuras, de nuevo se ha fundido el foco. Se acerca a las escaleras y mira un bulto en medio del paso que lo alerta. Pronto se da cuenta que es Lupe, soñando sobre sus rodillas. Juan se agacha mirando detenidamente su rostro.
-Pero mírate esa cara, si eres toda una mujercita-. Dice pensando en voz alta, Lupe abre los ojos y lo mira sonriendo e intentando despertar por completo. Toma su mano y los dos entran a la pesada soledad de la habitación, donde el íntimo silencio sólo es interrumpido por el débil ruido de las manecillas del reloj y el humor de ambos comienza a generar el  espacio. Juan intenta encender la luz.
-No, mejor así- dice Lupe haciendo nudos con su vestido. Juan deja el bote en una esquina, limpia el sudor de su frente y se sienta sobre la cama.
-¿Sabes lo que vamos a hacer, verdad?-. Pregunta Juan.
-Sí-. Contesta Lupe y da un paso al frente
-¿No tienes miedo?-.
Lupe contesta que no con la cabeza mientras Juan se toca el pecho que le arde y siente su respiración cada vez más agitada. Cierra los ojos y le pide que se acerque. Lupe se sienta en las piernas de Juan que se quita la camisa, mete su mano por debajo de la falda y le quita los calzones de encaje barato que Lupe ha robado de la ropa de su madre. Siente el vello púbico y el sudor cálido. Arrastra la mano de Lupe que tiembla y la mete por debajo de su pantalón. Lupe suspira velozmente, cierra los ojos y aprieta con fuerza. Juan le quita el vestido hecho por su madre y se recuestan. La espalda de Lupe está fría, tiembla.
-No te preocupes, sólo te va a doler poquito-. Dice Juan y por un instante siente una tercera mirada que lo perturba, pero el cuerpo de Lupe que se balancea lo aparta de éste pensamiento. Siente cómo toda su hombría se cimbra al penetrar a Lupe que suelta un quejido largo y luego un suspiro hondo…
Con ojos acostumbrados a la oscuridad y los labios de Lupe pegados a su cuello, Juan mira el reloj a través del humo del cigarro y las ambiguas formas de las grietas en la pared.
-Ya es tarde, qué le voy a decir a mí mamá-. Comentó Lupe con preocupación fingida.
-Nada, vas a ver cómo le da gusto-. Sin alterarse.
-¿Entonces crees que sí parezco mujer?- Dice de manera cursi.
-Sí, yo creo que sí-. Decidido
Lupe, con sonrisa pícara, se descubre para mostrarle a Juan su sexo en plena erección y éste comprende que desde entonces y para siempre, los días no volverán a ser iguales.

5

I
Busco entre mis cielos
la forma de nombrarte
y sólo encuentro una historia
que ha terminado
aunque no fue contada
por tu boca
a causa de mis “luegos”
en el ensueño de mis labios.


II
¿Qué quiero decir?,
No hay calma en los días,
con el paso del tiempo mi discurso
se ha vuelto predecible,
como las palabras que no serán dichas.
Esto era un sueño llamado esperanza:
lo más cruel y
doloroso que contigo me ha pasado.
Qué tienen mis horas, qué tienes tú en mis horas,
que las vueles muertas e intraspasables.
¡Has contaminado mi existencia!
Vendrás mortal y efímera como los recuerdos,
Sabrás que no te olvido, que pienso en ti,
que aún te sueño, que aún, sin embargo me dueles,
De tu voz perdida se ha hecho la mía,
resultas inalcanzable hasta para ti misma;
eres el radio de este circulo complejo, radio infinito
que en el caos busca su coherencia;
serás de otros
como nunca de mis versos,
tu cuerpo, tus labios,
como a veces de quien no te quiso;
se disipa el color y las cosas
al tiempo que tu de mi mirada,
habla triste el silencio y
languidece mi voz al escribirlo
Ya no te quiero, en verdad, nada de lo que te he querido
Pero al decir esto que es lo último,
estoy triste porque es cierto.

Poema uno

1

No logro acostumbrar mis manos
a la condición particular del silencio comprimido
que existe entre los dedos.
Me doy cuenta de que me faltas.
Todo este tiempo, te imaginé ahí,
al terminar la fiesta, el ruido, la inercia del jubilo,
y pasada la medianoche
regreso a casa, acabo los caminos,
recorro las calles, olvido a las personas,
miro perros asegurar deseo ¡No me siento bien!,
y pareciera que no vengo de ningún lado, que todo
el tiempo transcurrido, no hubiera pasado en serio;
las personas se hacen lejanas,
inalcanzables, difíciles de salvar las miradas,
suspendidas en un líquido luminoso
que avanza por las sutiles tramas de la estructura,
pero no las toca; como si una capa impermeable
hiciera difícil el acercamiento.
Después de la fiesta hay una calma de desfogue,
una calma que recuerda la tensión del músculo,
un hacer sin hacer nada, como dicen que
sucede en los pueblos, en los lugares que no son ciudad,
porque no se les ha permitido;
es como un transcurrir de las cosas en silencio hueco,
lento casi ausente, es la ciudad recorriéndose
por una ventanilla de automóvil, una ventana de alma.
La personas pasan y la parsimonia como la ausencia de los cuerpos,
el lugar inexacto, distante y oculto donde queda el espíritu
luego del ritual del cuerpo, es un alejamiento,
un ser ajeno a todo que se interioriza,
un territorio que sin ser recuerdo hace brotar lugares y personas
que han pasado en personas y lugares,
y no han sucedido del todo.
Transcurrir en el estribo de la vida, en las noches
que se han perdido en zonas desconocidas,
recorrer en tren una ciudad que se siente perdida
pero extrañamente propia.
Es ver la muerte de la sucesión del tiempo
porque las horas no quieren ser lo que se les indica,
es como estar espantado y sonriente y perdido, envuelto
y luego estirar el rostro, volver al sitio de la partida,
saber que él, ya no es él mismo.
Los límites astrológicos se dispersan,
las referencias de espacio se pierden, todos los días son un sábado,
un recuerdo permitido y aceptado, un estar constantemente
abatido por el frió en las manos, por el hierro helado de las mejillas al sereno,
es caminar devuelta a la puerta del resguardo,
y mirar un mundo vuelto loco ofreciéndose,
donde no existe un orificio para fugarse del desenfreno:
los colores y el deber de estar animosos,
las bandadas de hierba, una gran planta, un germen,
la formula de vida que se nos ofrece.
Se piensa que el mundo está vuelto o envuelto o enconchado,
la periferia en silencio, los locales cerrados, una tarde jueves,
un jueves santo. Afuera, el resplandor de las ventanas,
aparece la sensación de calidez,
como para alegrarse de su existencia. Las luces de navidad hacen
nostálgico el entorno. Un terreno que capta los demás lugares,
llamado recuerdología o recuerdológico.
Es un recuerdo que no se puede formar completo,
pero está presente, enriqueciéndose de las fachadas que se
logran observar mientras se avanza, se avanza, se…
Los automóviles espaciados con una lentitud intranquila,
el olor de otra casa, otros procesos, detenido
justo antes de los ojos, se respira,
la remembranza:
los mismo días en las mismas fechas pero de otros años.
Todo el tiempo invertido para ir,
para no ir;
la gente vendiendo momentos antes del festejo
a la gente desesperada en encontrar algo
porque ya se han arreglado, tomaron del guardarropa
la mejor disposición y aceptaron cambiar la soledad íntima
por una idea de esperanza; no pueden quedarse en la raya,
como anteriormente, como siempre, como lo habían pensado un instante
antes de salir enfrentando a las parejas y las familias, todos los
que no están solos, aunque no estén acompañados.
Ese querer indagar por las calles donde se cree que nada pasa,
para saber si pasa algo mínimo o pequeño,
los detalles que se escapan a la mirada lenta y trabajosa,
la ansiedad, el dolor, las irremediables lágrimas
que no germinan. Buscar en medio de las risas,
de los niños, alegres por la festividad y los juegos,
la delicadeza de una mano con identidad y mundo compartido,
y encontrar humo, cigarro, una forma de alterar el estado
y la conciencia de la soledad en el cubo, no más que una forma
distinta de distraer al mundo y sus consecuencias.
Volver al paso, al dolor de estos labios
suicidas y su desesperación de coraje,
que el mundo cerrado en su particular caos
no entiende. Soy un naufrago
de las calles en los días de fiesta y jubilo.
No hay más forma de salir, sólo esa que la mente
proporciona, y no es suficiente.
Mi mano necesita unos labios y
mis labios una mujer. Me duelen los días,
los festejos, lo perdido
las veces que se han marchado.
Me falta una mano y un lugar de vicio, una dirección desconocida,
esperar una llamada,
la hora para hacer una llamada,
un lugar certero, cierto e indestructible,
estos días en que necesito ocultarme,
desaparecer, no dejarme percibir,
hasta que pase
y pueda volver a lo que se nombra: verdadero

UN BREVE Y MORTAL SUEÑO

Novelas para el fin del mundo UN BREVE Y MORTAL SUEÑO (Antonio Mejía Ortiz, México 2019), nos conduce a un viaje a través del alma y la men...