CAPÍTULO 7
BITÁCORA: HACIA TENNESSE
(Borrador archivo Diego Henestrosa. Investigador
Privado)
Doce Horas más tarde, me despierta el llamado incesante del teléfono
celular; contesto sobresaltado luego de varios sueños inquietantes porque
últimamente las imágenes se me arremolinan en múltiples y confusas visiones en
mi cabeza,
Me desperezo sobre el sillón y me pregunto cuándo fui a sentarme al
sillón allí; para entonces los zapatos me están matando y Harry me ha
calentado el vientre como a un radiador sin agua. Tengo una colilla todavía
pegada entre mis dedos y la botella de Vat al lado de mis piernas. El cenicero
se ha caído esparciendo ceniza, colillas y vidrio por toda la sala. El gato se
despierta, se estira sobre mí encajándome sus uñas y de un salto se libra del
caos; come un poco, bebe agua haciendo gestos como indicándome que debo
cambiarla y voltea a mirarme fijamente, inmóvil. No te preocupes ya limpio todo
este desmadre, le digo y eso basta para que de otro salto llegue a la ventana y
se largue. Los
gatos tienen esa cualidad de hacerte sentir que estás cotidianamente en deuda
con ellos.
Me pongo a limpiar, me baño, como me alimento un poco algo
mientras reviso la información. Parece un sitio bastante legal para todo lo
ilegal que allí ocurre seguramente, como todo en este país sin buen gusto, se
trata de un lugar muy profesional pero falto de clase y glamour, es una especie
de men´s club para la alta
burocracia. La cita se realizará en un hotel conocido a las 20:00 horas. Mi
nombre será Alfonso Paredes, que es el que comúnmente uso en casos como este; el de ella Ofelia Castillo aunque en privado debo
llamarla Gatsby y esto ya me inspira un poco de confianza en que no se tratará sólo de una
tonta con bonito cuerpo.
Tomo el último trago de la botella, enciendo un cigarrillo y salgo hacia
el hotel, todavía es temprano pero soy maniático de la puntualidad y además
quiero ver a Gatsby cuando entre el lobby, necesito leerla antes de enfrentarme
con ella, saber de qué forma se sobrepone a la presión de esta hipócrita
sociedad que nos ha contaminado a todos con sus cuentos rosas y su sexo en
rasurado. A esas horas, los establecimientos decentes comienzan a cerrar y los
indecentes apenas se preparan para recibir toda nuestra necesidad de
reafirmarnos en oscuras calles y exóticos tragos sin embargo algo llama mi
atención sobre la avenida, en medio de casas abandonadas y entre un ensuciadero
de grafittis superpuestos unos sobre otros, apenas alejada de la zona
comercial, se encuentra una librería con un logo idéntico al del sitio de escorts y en este momento de mi vida se
me hacen insoportables las casualidades. Me detengo unos metros adelante,
enciendo el último Lucky de la
cajetilla y camino lentamente observándolo todo con detenimiento. Frente a la
entrada doy una fumada más, en ese momento sale el dueño y me dice que está a
punto de cerrar pero que si quiero un libro en especial, quizá pueda
vendérmelo. El librero parece más del tipo intelectual a la antigua, con
peinado de raya al lado perfectamente relamido, grandes lentes de gota y escaso
bigote bien cuidado. No, no se preocupe, quería echar un vistazo porque me
pareció bastante pintoresco su lugar, le comento. Claro que es pintoresco, me
responde, tenemos abierto desde antes que el D. F., fuera un estado, desde que
era una regencia, imagínese, me responde con un orgullo que nadie tendría
únicamente por un montón de libros. Tiene alguna tarjeta o algo porque estoy de
pasada y quizá olvide la dirección, le pregunto y el tipo se me queda viendo
con suspicacia, como tratando de encontrar un detalle en mi rostro o mi persona
que pueda recordar por si las cosas se complican, ¿ya le habían hablado de mi
librería? Me pregunta en un tono cordial pero que por un
momento me manda de nuevo a la primaria y contento contengo mi necesidad de contestarle de inmediato que
no, que yo sólo pase por allí porque iba a hacer unas compras y una serie de
tonterías que sólo me descubrirían; en cambio, le sostengo la mirada, miro de
nuevo el nombre y el logo del establecimiento y le contesto digo que no, pero que no sería raro si es que tienen
tanta tradición como acaba de decirme; el tipo me mira unos segundo más como
tratando de encontrar un gesto que delate mi mentira; ¿y qué libro andaba
buscando?, me pregunta para insistir, ah, pues uno de Rimbaud, donde venga Sueño para el invierno, le digo y comienzo a leerlo también y él de inmediato se acomoda las
gafas. Pues creo que tengo unas tarjetas dentro, por qué no pasa y ahorita
buscamos su libro, me dice con cierto aire de que voy a encontrar algo más, eso
que “ando buscando”, pero en desde hace unos meses que no sé lo que ando buscando y
prefiero no arriesgarme; no, no se moleste, prefiero regresar luego y con calma
revisar yo mismo, ya sabe que eso de meterse en una librería requiere su
tiempo, nunca sabe uno con qué va a encontrarse, le comento. Eso, sí, eso sí,
me responde y se mete por la tarjeta. Me la entrega, le agradezco y camino de
vuelta hacia mi auto. Por el retrovisor de una auto camioneta veo que hace señas a alguien dentro y ese
alguien, un gordo enano sale de inmediato detrás de mí, supongo que con la
orden de vigilarme, de otra manera no habría avanzado tanto. Sigo de largo
cuando llego al auto y me meto en el primer Oxxo que encuentro a comprar unos Lucky Strike. Mientras pago veo al gordo de ida; me quedo viendo las revistas y lo
veo de regreso. Me fumo un cigarro en el estacionamiento y luego voy por mi
auto dando un rodeo por las calles. Aun cuando estuvieran esperándome, en medio
de esa oscuridad no podrían identificarme ¡¡Mierda, se me ha hecho tarde!!
Llego corriendo al hotel y me siento a esperar, sudoroso, fatigado y con
la respiración a tope, como si hubiera corrido una maratón de 5 kilómetros,
me digo que debo bajarle al cigarro, pero eso me digo desde los treinta años.
Me limpio el sudor y me acomodo la ropa. Por un momento me parece que ha pasado
sin que yo pudiera reconocerla, pero entonces la veo y entiendo que mi mente
pertenece a otra época, que mis estereotipos son en realidad decadentes.
Aparece en la entrada un mujer cerca de los cuarenta pero que en realidad no
los aparenta, con una vestimenta hípster
que de inmediato me envejece diez años y es que a excepción de ciertos lugares
muy específicos ya es casi imposible distinguir a una prostituta de una chica
cualquiera. La veo entrar y caminar hasta la recepción donde la atienden con
una galantería ya anacrónica. Ya han pasado los mejores días de este hotel pero
sus empleados siguen conservando los modales de un siglo pasado que se diluyó
en la disolución precipitación de las individualidades. Gatsby entra
arrancando las miradas de propios y extraños y por el breve momento en que se
encuentra en el lobby, logra sacarnos a todos de la mediocridad de nuestras
emociones y pensamientos; su cabello café cae sobre su frente y hace un medio
remolino para terminar en puntas decoloradas sobre sus hombros, su maquillaje
es tan discreto pero colocado en los puntos exactos para que por un momento me
sienta avergonzado de mis labios partidos por el frío y la deshidratación.
Viene enfundada en una gabardina impecablemente blanca estampada con
golondrinas en varias posiciones y luego sus largas piernas desnudas que
rematan en unos botines rojos de piel. Apenas abre la boca le dan la llave de
la habitación. Se encamina hacia el elevador y desaparece blanca y cándida por
sobre el velo de la incredulidad de quienes compartimos un mar de falsos
conceptos e ideas tergiversadas acerca de la vida. Ella flota hacia el elevador
y desaparece detrás de sus puertas metálicas y yo no puedo más que recostarme
sobre la pequeña sensación de muerte de suspira sobre mi costado. Me digo que debo
ser profesional, pero quién puede serlo en esta ciudad del demonio cuando ha
visto la belleza de frente.
Voy a la recepción y digo que me están esperando, menciono el nombre de
Ofelia Castillo, por favor su identificación señor Paredes y su ticket, me dice
el chico, le muestro la identificación falsa y le pregunto para qué carajos necesitan un nombre sobrenombre entonces, es cuestión de discreción señor Paredes, sólo cuestión de
discreción, aunque si usted prefiere… no, déjelo así, le contesto. Habitación
111, tiene dos horas. Subo al elevador, muy de cuerdo a la situación, se escucha Everybody knows del grandioso Leonard Cohen. Pienso que sería un error hacerse aquí
el rudo, pero que tampoco debo parecer primerizo aunque de seguro se me ve la
cara. no importan
cuantas experiencias tengas, la primera vez para algo nada más no puedes
deshacerte de esa cara de idiota que se aferra al rostro.
Ya en el pasillo comienzo a ponerme nervioso, como un puberto en la
primer cita donde sabe que inevitablemente tendrá que besar a la chica; y
cuando estoy a punto de tocar, me detengo porque las piernas me tiemblan, no
puedo creer que un arma cargada frente a mi rostro me cause menos impresión que
una mujer que usa guantes blancos. Saco la anforita y le doy un trago largo.
Llamo sutilmente a la puerta y ella pregunta quién es, le digo que Alfonso
Paredes, ella abre y se va a sentar en los pequeños sillones, sirve dos tragos
de tequila y me da uno. La saludo y ella me pregunta qué quiero hacer, me quedo
pasmado por un momento… si tienes pensadas cosas raras de una vez te digo que
llevo acá algún tiempo como para aguantármela… no, en realidad tenía algunas
preguntas…. No doy entrevistas, así que si quieres hacer un reportaje te me vas
al carajo, pero antes te me encueras no quiero salir en las noticias… me dice
Gatsby con una pose de novela gráfica que me saca una sonrisa… de qué carajos
te ríes imbécil… de que para ser una puta, tienes una actitud del carajo… no
soy una puta cualquier, tú sabes cuánto pagaste para que yo estuviera aquí… en
realidad pagaron los contribuyentes…. Qué…. Es un chiste local y en realidad
muy idiota… entonces?.... me termino el trago y arrojo el vaso, mira linda, no
soy burócrata ni nada por el estilo, no tengo un trabajo convencional ni nada
de esas idioteces que crees saber sobre mí, soy un investigador privado,
necesito hacerte unas preguntas y no me voy hasta que me contestes, puedo salir
de este hotel en un dos por tres y no trabajo sólo, si pudimos traerte aquí
podemos encontrarte hasta el fin del mundo, ¿entiendes?... ¿Investigador
privado, como en las películas?, ¿estilo Raymond Chandler? Vaya, una piensa que
esas cosas sólo pasan en las películas o en las novelas negras, qué quieres
saber, me dice Gatsby realmente emocionada y yo sólo pienso en que las
prostitutas se han ido superando mientras nosotros seguimos creyendo que
podemos rescatarlas salvarlas. Le sonrío a su sonrisa de niña que recién
abre su regalo navideño y voy por mi vaso. Sírveme una más y te cuento. Ella lo
hace. Dentro de mí, no tengo más pensamientos: Gatsby, espero no ser tan viejo.