19 de enero de 2015

DISOLUCIONES (Novela por entregas)

CAPÍTULO 7


BITÁCORA: HACIA TENNESSE
(Borrador archivo Diego Henestrosa. Investigador Privado)

Doce Horas más tarde, me despierta el llamado incesante del teléfono
celular; contesto sobresaltado luego de varios sueños inquietantes porque últimamente las imágenes se me arremolinan en múltiples y confusas visiones en mi cabeza, algunas muy personales otras de viejas amistades que se perdieron en esta miserable cotidianidad. El teléfono, las redes sociales son así, como la inminente espera de una mala noticia. El chico que me contrató me llama para decirme que tiene todos los datos del sitio de escorts y que aún más, que me ha concertado una cita con la chica que tiene más tiempo trabajando allí, me dice que no fue fácil pero que a través de unas vagas mentiras y unos cuantos movimientos bancarios desde los oscuros fondos de la red, los contribuyentes más adinerados de este país van a patrocinar nuestra investigación y que así, estos “contribuyentes” hechos de la injusticia social contribuirán al servicio de la justicia moral, me lo dice con esas palabras, me dice que si no me pone contento esta ironía literaria, me lo dice con un tono de satisfacción aspiracional que me fastidia. Me pide que me conecte por Skype o algo así y que por allí podemos charlar y compartir la información. No tengo nada de eso, le contesto cortante, de hecho casi no enciendo la computadora, pero mándamelo a mi correo, él se carcajea horriblemente y por un momento pienso que se está ahogando, luego me dice que eso es del siglo pasado. Espero tu correo, le contesto y cuelgo. Pienso que toda su tecnología es también del siglo pasado, que todos los adelantos tecnológicos no son sino adornos de algo que ya era desde el siglo pasado.

Me desperezo sobre el sillón y me pregunto cuándo fui a sentarme al sillón allí; para entonces los zapatos me están matando y Harry me ha calentado el vientre como a un radiador sin agua. Tengo una colilla todavía pegada entre mis dedos y la botella de Vat al lado de mis piernas. El cenicero se ha caído esparciendo ceniza, colillas y vidrio por toda la sala. El gato se despierta, se estira sobre mí encajándome sus uñas y de un salto se libra del caos; come un poco, bebe agua haciendo gestos como indicándome que debo cambiarla y voltea a mirarme fijamente, inmóvil. No te preocupes ya limpio todo este desmadre, le digo y eso basta para que de otro salto llegue a la ventana y se largue. Los gatos tienen esa cualidad de hacerte sentir que estás cotidianamente en deuda con ellos.

Me pongo a limpiar, me baño, como me alimento un poco algo mientras reviso la información. Parece un sitio bastante legal para todo lo ilegal que allí ocurre seguramente, como todo en este país sin buen gusto, se trata de un lugar muy profesional pero falto de clase y glamour, es una especie de men´s club para la alta burocracia. La cita se realizará en un hotel conocido a las 20:00 horas. Mi nombre será Alfonso Paredes, que es el que comúnmente uso en casos como este; el de ella Ofelia Castillo aunque en privado debo llamarla Gatsby y esto ya me inspira un poco de confianza en que no se tratará sólo de una tonta con bonito cuerpo.

Tomo el último trago de la botella, enciendo un cigarrillo y salgo hacia el hotel, todavía es temprano pero soy maniático de la puntualidad y además quiero ver a Gatsby cuando entre el lobby, necesito leerla antes de enfrentarme con ella, saber de qué forma se sobrepone a la presión de esta hipócrita sociedad que nos ha contaminado a todos con sus cuentos rosas y su sexo en rasurado. A esas horas, los establecimientos decentes comienzan a cerrar y los indecentes apenas se preparan para recibir toda nuestra necesidad de reafirmarnos en oscuras calles y exóticos tragos sin embargo algo llama mi atención sobre la avenida, en medio de casas abandonadas y entre un ensuciadero de grafittis superpuestos unos sobre otros, apenas alejada de la zona comercial, se encuentra una librería con un logo idéntico al del sitio de escorts y en este momento de mi vida se me hacen insoportables las casualidades. Me detengo unos metros adelante, enciendo el último Lucky de la cajetilla y camino lentamente observándolo todo con detenimiento. Frente a la entrada doy una fumada más, en ese momento sale el dueño y me dice que está a punto de cerrar pero que si quiero un libro en especial, quizá pueda vendérmelo. El librero parece más del tipo intelectual a la antigua, con peinado de raya al lado perfectamente relamido, grandes lentes de gota y escaso bigote bien cuidado. No, no se preocupe, quería echar un vistazo porque me pareció bastante pintoresco su lugar, le comento. Claro que es pintoresco, me responde, tenemos abierto desde antes que el D. F., fuera un estado, desde que era una regencia, imagínese, me responde con un orgullo que nadie tendría únicamente por un montón de libros. Tiene alguna tarjeta o algo porque estoy de pasada y quizá olvide la dirección, le pregunto y el tipo se me queda viendo con suspicacia, como tratando de encontrar un detalle en mi rostro o mi persona que pueda recordar por si las cosas se complican, ¿ya le habían hablado de mi librería? Me pregunta en un tono cordial pero que por un


momento me manda de nuevo a la primaria y contento contengo mi necesidad de contestarle de inmediato que no, que yo sólo pase por allí porque iba a hacer unas compras y una serie de tonterías que sólo me descubrirían; en cambio, le sostengo la mirada, miro de nuevo el nombre y el logo del establecimiento y le contesto digo que no, pero que no sería raro si es que tienen tanta tradición como acaba de decirme; el tipo me mira unos segundo más como tratando de encontrar un gesto que delate mi mentira; ¿y qué libro andaba buscando?, me pregunta para insistir, ah, pues uno de Rimbaud, donde venga Sueño para el invierno, le digo y comienzo a leerlo también y él de inmediato se acomoda las gafas. Pues creo que tengo unas tarjetas dentro, por qué no pasa y ahorita buscamos su libro, me dice con cierto aire de que voy a encontrar algo más, eso que “ando buscando”, pero en desde hace unos meses que no sé lo que ando buscando y prefiero no arriesgarme; no, no se moleste, prefiero regresar luego y con calma revisar yo mismo, ya sabe que eso de meterse en una librería requiere su tiempo, nunca sabe uno con qué va a encontrarse, le comento. Eso, sí, eso sí, me responde y se mete por la tarjeta. Me la entrega, le agradezco y camino de vuelta hacia mi auto. Por el retrovisor de una auto camioneta veo que hace señas a alguien dentro y ese alguien, un gordo enano sale de inmediato detrás de mí, supongo que con la orden de vigilarme, de otra manera no habría avanzado tanto. Sigo de largo cuando llego al auto y me meto en el primer Oxxo que encuentro a comprar unos Lucky Strike. Mientras pago veo al gordo de ida; me quedo viendo las revistas y lo veo de regreso. Me fumo un cigarro en el estacionamiento y luego voy por mi auto dando un rodeo por las calles. Aun cuando estuvieran esperándome, en medio de esa oscuridad no podrían identificarme ¡¡Mierda, se me ha hecho tarde!!

Llego corriendo al hotel y me siento a esperar, sudoroso, fatigado y con la respiración a tope, como si hubiera corrido una maratón de 5 kilómetros, me digo que debo bajarle al cigarro, pero eso me digo desde los treinta años. Me limpio el sudor y me acomodo la ropa. Por un momento me parece que ha pasado sin que yo pudiera reconocerla, pero entonces la veo y entiendo que mi mente pertenece a otra época, que mis estereotipos son en realidad decadentes. Aparece en la entrada un mujer cerca de los cuarenta pero que en realidad no los aparenta, con una vestimenta hípster que de inmediato me envejece diez años y es que a excepción de ciertos lugares muy específicos ya es casi imposible distinguir a una prostituta de una chica cualquiera. La veo entrar y caminar hasta la recepción donde la atienden con una galantería ya anacrónica. Ya han pasado los mejores días de este hotel pero sus empleados siguen conservando los modales de un siglo pasado que se diluyó en la disolución precipitación de las individualidades. Gatsby entra arrancando las miradas de propios y extraños y por el breve momento en que se encuentra en el lobby, logra sacarnos a todos de la mediocridad de nuestras emociones y pensamientos; su cabello café cae sobre su frente y hace un medio remolino para terminar en puntas decoloradas sobre sus hombros, su maquillaje es tan discreto pero colocado en los puntos exactos para que por un momento me sienta avergonzado de mis labios partidos por el frío y la deshidratación. Viene enfundada en una gabardina impecablemente blanca estampada con golondrinas en varias posiciones y luego sus largas piernas desnudas que rematan en unos botines rojos de piel. Apenas abre la boca le dan la llave de la habitación. Se encamina hacia el elevador y desaparece blanca y cándida por sobre el velo de la incredulidad de quienes compartimos un mar de falsos conceptos e ideas tergiversadas acerca de la vida. Ella flota hacia el elevador y desaparece detrás de sus puertas metálicas y yo no puedo más que recostarme sobre la pequeña sensación de muerte de suspira sobre mi costado. Me digo que debo ser profesional, pero quién puede serlo en esta ciudad del demonio cuando ha visto la belleza de frente.

Voy a la recepción y digo que me están esperando, menciono el nombre de Ofelia Castillo, por favor su identificación señor Paredes y su ticket, me dice el chico, le muestro la identificación falsa y le pregunto para qué carajos necesitan un nombre sobrenombre entonces, es cuestión de discreción señor Paredes, sólo cuestión de discreción, aunque si usted prefiere… no, déjelo así, le contesto. Habitación 111, tiene dos horas. Subo al elevador, muy de cuerdo a la situación, se escucha Everybody knows del grandioso Leonard Cohen. Pienso que sería un error hacerse aquí el rudo, pero que tampoco debo parecer primerizo aunque de seguro se me ve la cara. no importan cuantas experiencias tengas, la primera vez para algo nada más no puedes deshacerte de esa cara de idiota que se aferra al rostro.

Ya en el pasillo comienzo a ponerme nervioso, como un puberto en la primer cita donde sabe que inevitablemente tendrá que besar a la chica; y cuando estoy a punto de tocar, me detengo porque las piernas me tiemblan, no puedo creer que un arma cargada frente a mi rostro me cause menos impresión que una mujer que usa guantes blancos. Saco la anforita y le doy un trago largo. Llamo sutilmente a la puerta y ella pregunta quién es, le digo que Alfonso Paredes, ella abre y se va a sentar en los pequeños sillones, sirve dos tragos de tequila y me da uno. La saludo y ella me pregunta qué quiero hacer, me quedo pasmado por un momento… si tienes pensadas cosas raras de una vez te digo que llevo acá algún tiempo como para aguantármela… no, en realidad tenía algunas preguntas…. No doy entrevistas, así que si quieres hacer un reportaje te me vas al carajo, pero antes te me encueras no quiero salir en las noticias… me dice Gatsby con una pose de novela gráfica que me saca una sonrisa… de qué carajos te ríes imbécil… de que para ser una puta, tienes una actitud del carajo… no soy una puta cualquier, tú sabes cuánto pagaste para que yo estuviera aquí… en realidad pagaron los contribuyentes…. Qué…. Es un chiste local y en realidad muy idiota… entonces?.... me termino el trago y arrojo el vaso, mira linda, no soy burócrata ni nada por el estilo, no tengo un trabajo convencional ni nada de esas idioteces que crees saber sobre mí, soy un investigador privado, necesito hacerte unas preguntas y no me voy hasta que me contestes, puedo salir de este hotel en un dos por tres y no trabajo sólo, si pudimos traerte aquí podemos encontrarte hasta el fin del mundo, ¿entiendes?... ¿Investigador privado, como en las películas?, ¿estilo Raymond Chandler? Vaya, una piensa que esas cosas sólo pasan en las películas o en las novelas negras, qué quieres saber, me dice Gatsby realmente emocionada y yo sólo pienso en que las prostitutas se han ido superando mientras nosotros seguimos creyendo que podemos rescatarlas salvarlas. Le sonrío a su sonrisa de niña que recién abre su regalo navideño y voy por mi vaso. Sírveme una más y te cuento. Ella lo hace. Dentro de mí, no tengo más pensamientos: Gatsby, espero no ser tan viejo.

UN BREVE Y MORTAL SUEÑO

Novelas para el fin del mundo UN BREVE Y MORTAL SUEÑO (Antonio Mejía Ortiz, México 2019), nos conduce a un viaje a través del alma y la men...