13 de julio de 2011

Sentidos

I
Moebius enamorado


Te dije. Con otra manera de llamarte. Un nombre que es distinto a los nombres habituales. Una forma que es todas las formas. Déjame escribirte. Aprender a deletrearte. Escúchame decirlo. Alguna vez lo hice y un suspiro no basta.
Te digo. Y de nuevo comienzo, cada vez que lo he dicho. Eres siempre distinta. Un signo verde atrapado a veces en otros colores. Te digo, con toda la extrañeza de tu orgullo indiferente. Vuelvo a decirte y vienen días, fechas, estaciones, donde recuerdo haberte visto. Eres cinta de Moebius que me hace cuerpo de tu nombre en eterno movimiento.
Te diré. No terminará mi voz de nombrarte. No terminará mi respiración de tenerte. Serás en mi aliento, inmarcesible susurro que no sale de mi boca, para que de alguna forma te quedes en mis labios.


II

Soledad escucha


Puedo reconocer la distancia cuando cierro los ojos,
acústicas y resonancias preñan mis oídos de curiosidades;
rústicas melodías son delineadas por tu suave nota,
atravesadas por la esencia del sonido que rehace tu cuerpo.

Me pierdo y en mis orejas anidan palomas mensajeras,
armonías sensuales, que vienen de tus tierras donde los cuerpos son,
retumbos de nostalgia, coros que te mencionan en sus cantos;
te escucho y regresa el eco de esta voz, para desaparecer en mi ciudad,
hecha de tímpano y vibraciones, de martillo y claves y también
alabanzas de mi soledad, que de sonar ahogadas, se desangran.


III

Mirada darwinian
a

No es que mire, porque no lo hago. Sólo atrapo imágenes para que se las coma el cerebro, como se atrapan las mariposas con las redes o los insectos que se coleccionan. Como se atrapan las moscas, quemándolas en el instante. Cada cual tiene trayectorias definidas y un código asignado, para no perderse en la naturaleza abstracta y dura del pensamiento, cada vez que se agitan cuando un entramado o un impulso les alude.

Pero una vez asimilado es imposible no durar. Cada ventisca de restos imaginativos o cada oleada de vacío, les degrada. Observo, definitivamente observo cada detalle, cada diminuta fractura en la línea. Cómo los colores cambian su forma, pierden su nombre y se mezclan con nuevos elementos para crear especies que no me atrevo a reconocer y mucho menos a dejar en libertad.


IV

Tacto adentro


Tacto adentro palpitan mis dedos, signos en movimiento con los que trato de saber, reconocer y refigurarte. Cada parte tuya serás tú, igual que la suma de todas quienes eres y has sido. No existe nada más que esta metáfora del instante, es decir:

Mis yemas, que son mis dedos. Mis dedos que son mi piel. Mi piel reblandecida que te hace como yo te quiero. Justo a la medida de mi contacto, mujer que yo deseo, de quien estoy enamorado. Extensa como el universo, pequeña como tu cuerpo; expandida y contraída como la piel del tiempo.

Tienes todas las edades que mi tacto lee cuando se escurre por tu cuerpo encrespado. Apenas delineo con el último dedo la curva de tu cintura, alargada casi como tu espalda. Puedo reconocer las tiernas y blandas arrugas de tu edad más secreta que aprendió a querer y también, tu sórdido corazón más profundo que el secreto de quien te enseñó cómo abandonarte al amor.


V

Llena de ti


El baño de tu casa que se contagia con el agua tibia de su regadera y hace resbalar días neutros enjabonados. Las sombras de tus ojos, el color de tus pestañas donde se percibe tu humor acuoso, manchado de sangre ordinaria, como el perfume que te esconde. Tu nariz de cuarzo. Tus brazos lacios como las mentiras que nos precedían. Tus brazos hartos de minúsculos pantano cremosos, poros y crema donde no terminé de perderme.

Tu cuello escuálido como las caricias, y el vapor salado y penetrante de tu sudor. Tus senos de leche bronca y buenos tiempos, de pasado que esconde una verdad sin fragancia, a causa de un engaño que huele a saciedad y mejores días, los mejores días, en un mundo raro que no encontró sabor, ni sonido, ni gusto o tacto en su aroma.

Tu cintura de calor y cansancio, tus caderas largas como el olor de un vaso lleno de tinto donde se ha caído un cigarro. Tus piernas abiertas, tus muslos sin venas, tus pies que le pertenecían a mi espalda; y tu sangre aceitosa en la transpiración de las tardes, cuando nos permitíamos olernos como hacen los animales, para no olvidarse nunca.

Todo eres tú. Tú que eres olor y que eres idéntica a ti misma. Tú misma que soy yo. Yo que sólo soy percepción multisensorial, percepción que no puede ser sino memoria de nuestro deseo, costumbre de las circunstancias y aroma que no envejece. El aroma que no se pierde, materia prima del recuerdo.

UN BREVE Y MORTAL SUEÑO

Novelas para el fin del mundo UN BREVE Y MORTAL SUEÑO (Antonio Mejía Ortiz, México 2019), nos conduce a un viaje a través del alma y la men...