19 de septiembre de 2011

CUENTO: Fractura Estructural

¿Quién detendrá la piedra que viaja hacia la ventana?, pesada como si fuera un cúmulo de plomo, ligera como un ave de rapiña. Maliciosa y astuta a la fragilidad del momento. El tiempo transcurre, todas las nubes arriba, que piensan: ya se quiebra, ya se revienta. Y la piedra ara el viento, siembra el caos en semillas pequeñas, irreconocibles como los cristales del vidrio que se esparce. Es la acción de la masa sobre el espacio, transcurre con el tiempo, perdido como el límite del universo; es la revelación del microcosmos en el flujo cósmico del infinito. Todo fluye y sin embargo permanece, aquí, en este momento en que la piedra, se extasía con los vidrios, abre cada uno de sus poros, los desgarra, forma parte suya, destroza la membrana que sostiene el equilibrio del cual se conforman las cosas. También la piedra que lo siente y bufa su polvo estelar que desconoce y penetra, fácil, ágil como la flecha que atraviesa tierna carne; y no se rompe sólo el vidrio, escurre por la barda que se pinta del color de la fractura y entonces la pureza del material se desconoce ante esta insaciable necesidad de la culpa. Lo he dicho, no es la ventana que ya es hilo de vergüenza descarada, es el marco que también se resquebraja y fluye con la fractura. El metal que se tuerce, lamina que se dobla frente al sabor de lo que se corrompe. Viaja la piedra en su andar de parábola y las columnas que sostienen el marco por donde ha durado la ruptura, del mismo modo se abren, igual sus columnas a su esqueleto, se dobla, retrayéndose hasta los ángulos en movimiento, esos lugares rincones inéditos donde la ausencia solar mantiene frescas las telarañas y el polvo se queda quieto al sentir a las sombras lamer la sal de los tiempos prístinos. Y sigue su camino aquel rayo oscuro que va dejando nada, que sustituye al trueno con el polvo de sus ladrillos. La piedra se limpia de rayones falsos y en su eterno lapso, huérfano de principio, ausente de muerte, mira los cuadros, las manchas, protuberancias, accidentes cualesquiera que resbalan en lamidas momentáneas y más adentro, en el interior del esqueleto, entre los muros y se quebranta, corre la sangre desde los ladrillos, golpea en su trance interno, el palpitar que con intensidad se abulta en derredor del calor de los focos aún encendidos y los objetos parecen, parte por parte, desmembrarse. Una sensación de que las cosas se funden con el viaje de la piedra impregna los cuerpos. Afuera árboles y nubes se vuelven tierra, forman ahora gran parte del estruendo que regresa a los oídos y luego un silencio de suspenso, en donde nada más que la piedra, al caer fragmenta el mosaico de la casa, se escucha. Y luego sigue la suela de un zapato que se derrite mezclándose con el sudor que han bebido los calcetines. Humo de carne quemada, hueso ceniciento, uñas separadas, tendones, tejidos, músculos arrugándose prematuramente; es una rodilla quien logra ver su contracara y sin embargo sube por dentro de las piernas, pasional y angustiante, blando dolor de entrepiernas que se regalan, de arco que se tensa, de nalgas aplastadas por la luz que aún llega y se queda y rocía, velo dactilar, savia recalcitrante, fractura primera que se parte ante la presencia del tabique, que deja escapar su olor a fuego sin color, inmarcesible y avanza, diminuta, dominante, baba invisible que se apodera de la sangre y la trabaja lento y no es lo mismo que la cintura se doblegue con esa fuerza, a que se deje doblegar, sin fuerza, con fuerza, no importa, porque es la decisión lo que vale cuando la grieta sube y apuñala el ombligo, soltando de pronto los recuerdos de una madre, de un padre, de un quizá y de un luego, de un ahora que no se cumple porque no es nuestro, porque no, porque se doblega. Es la piedra pero no ahora la que avanza, es su fuerza, su inercia la que nos arrastra, furia contenida que no se detiene, imperturbable, que antes araño el vientre y ahora el pecho, cada pezón de manera distinta. Piedra que se eterniza y estruja las costillas, las hace polvo, toma las armas del cuerpo para quebrantar el corazón y arrinconar los quejidos en la garganta como a los insectos en un vaso de licor, y verlos ahogarse en la fractura de la quijada, apolillados los dientes, desgarrada cada papila de la lengua, reunidos cadáveres en las fosas, hasta donde los ojos hacen ruta, caricias hondas en el cráneo, ultrajado cada relieve del cerebro, neuronas succionadas, como las orugas a las larvas en tiempos de crecimiento y regresa, busca, hay, encuentra, se filtra, humedad venenosa, pulmones insuficientes, ramificaciones de piedra que se devuelven y concentran en los brazos sin llegar a las manos. Sólo una, es una, no hay más, sólo una y eso es todo, por donde baja la grieta que se apoya en la palma, deletrea las líneas, los secretos, la identidad y nada, porque toma un dedo, que hace escurrir tinta de las palabras escritas en el papel. La pluma gotea, también se escurre y en la hoja nada más que manchas, letras derretidas, signos alcanzados por la piedra; pero ya no es la piedra, es la grieta de su movimiento la que perdura y llega hasta la hoja y no se detiene, brama y se encaja en un dedo de los varios, que en este momento, sostienen la hoja que la contiene.

UN BREVE Y MORTAL SUEÑO

Novelas para el fin del mundo UN BREVE Y MORTAL SUEÑO (Antonio Mejía Ortiz, México 2019), nos conduce a un viaje a través del alma y la men...